Las sillas resultaban increíblemente incómodas en aquella situación, la habitación parecía ser demasiado cerrada y pequeña, el tiempo pasaba con demasiada lentitud. Suspiré, revolviéndome en mi lugar con desespero, observando el reloj de pared que se encontraba enfrente a mí. Apenas estaba allí hace diez minutos, sin embargo, sentía que había pasado una eternidad. Y Layla... ¿Cómo estaría? Diablos, Layla. Suspiré, apoyando mis codos en mis rodillas y depositando mi cabeza encima de mis manos, observando el suelo con fijeza. La angustia se había apoderado de mí en una rapidez realmente increíble. Me sentía horriblemente, de una manera terrible, si algo le pasaba a ella no me lo podría perdonar nunca, a pesar de que no había sido mi culpa que tuviera apendicitis.
Me estremecí, pensando que de verdad podía pasarle algo... grave. ¿Y si no volvía a verla? Ese pensamiento me cruzó por la cabeza, haciendo que una oleada de sentimientos me invadiera, sintiéndome peor que antes.