La casa de Ethan

Increíblemente el camino se había hecho más corto de lo normal hacia mi casa. No sabía con exactitud la razón, sin embargo podía prácticamente poner las manos en el fuego a que se debía a la presencia de Layla. Claro que sí, eso era. A menudo solían decir que, cuando uno pasaba bien o disfrutaba, el tiempo pasaba demasiado rápido. Más de lo que cualquiera habría deseado. Y siempre me pasaba con ella, siempre, en todo momento y en cualquier situación. Lamentablemente el tiempo se acortaba cuando estaba con ella, las horas parecían minutos y los minutos segundos. Era desesperante. El auto se movía a una velocidad mediana, yendo por el camino con tranquilidad y sin mayores problemas, exceptuando algún sacudón inevitable ante los pozos que se interponían. Le dirigí una mirada a ella, por el rabillo del ojo, sin embargo antes de vocalizar palabra alguna dirigí mi mirada hacia el cielo, que había pasado de estar bastante despejado a encapotarse totalmente, haciendo que unos nubarrones ocuparan todo el anterior manto negro. Hice una mueca, suponiendo que serían cosas del tiempo y que posiblemente acabaría lloviendo. Logré vislumbrar finalmente mi casa, las luces del exterior estaban encendidas al igual que las del camino próximo a la edificación. Sonreí, dirigiéndole una nueva mirada a mi novia. - No es nada del otro mundo, no esperes una mansión. Sí tiene sus lujos, no me puedo quejar, pero... -sonreí inevitablemente. Una fuerte ventisca se levantó, y junto a ella, comenzaron a caer copos blancos. ¿Nieve? ¿Acaso estaba... nevando? Sí, claro que había notado el cambio brusco de temperatura y la facilidad con la que el cielo se había nublado, sin embargo nunca me imaginé que fuera hasta el punto de nevar. De la nada. Ni siquiera estaba al tanto de que allí llegara a nevar- ¿está nevando? -pregunté, incrédulo. Levanté mi mirada hacia el cielo, donde los algodonosos copos blancuzcos caían sin cesar, dejando una estela blanca por donde quiera que pasaran. El camino, lentamente, comenzaba a teñirse de un blanco puro, más puro que cualquier otro. Aparqué el auto en la entrada de la casa, mientras reía, realmente entusiasmado ante la idea de que ella se quedase conmigo y, como si fuese poco, comenzara a nevar.

-Parece ser que sí- me uní a su coro de risas, mirando con cierta incredulidad y asombro la nieve que comenzaba a caer primero lentamente, con pereza; como si cada copo tuviera todo el tiempo del mundo para bajar de las nubes hasta el suelo, en donde ya comenzaba a formar una densa capa en la cual se hundieron mis botas negras recién bajé del coche. Nunca había pasado una navidad en el club, ni cerca de él. Es más, no había llegado ni el invierno antes de que me hubiera alejado de la hípica para ir a visitar a mis padres, aunque ésta ocasión al parecer había sido la excepción a la regla de cenar con ellos en Nochebuena y celebrar con ellos Año Nuevo, lo que agradecía infinitamente aunque desconociera el motivo exacto dado que ahora estaba justo fuera de la casa de Ethan. Sonreí ante su comentario de que no era precisamente una mansión, y no lo era ni mucho menos ahora que la veía de frente, pero con todo era bastante amplia y espaciosa considerando que vivía él solo ahí. -Genial- cerré tras de mi la puerta del carro y avancé un par de pasos, quedándome a la entrada bajo el techo para resguardarme de la nieve. -Qué casa tan bonita- admití, arqueando una ceja y mirando a mi novio con una sonrisa. Me costaba un poco de trabajo ponerlo sobre ése concepto, pero estaba sumamente feliz de ello.

Sentía como la nieve cedía ante mis zapatos, haciendo que me hundiera levemente de forma casi inevitable. Los copos seguían cayendo, incesantes, dejando además del rastro blanco en el camino, mi pelo humedecido. Cerré con fuerza la puerta del a auto, asegurándome de que quedase bien cerrada; pues lo que menos quería era que además de todo se me llenara el auto de nieve. Sencillamente sería el colmo. Me acerqué hacia mi acompañante, rodeando su cintura con mi brazo y comenzando a caminar hacia la puerta de casa, resguardándonos bajo el techo de la entrada. Saqué las llaves y me dispuse a abrir la puerta, que afortunadamente cedió sin mayores problemas. Al entrar, dejé que Lay lo hiciera primero, despojándome de la chaqueta que llevaba y dejándola sobre uno de los sofás. Encendí las luces del living comedor, mientras esperaba a que ella hiciera o dijera algo, expectante. - Siéntete como en tu casa -pedí, después de todo la idea de que en algún momento conviviéramos, si todo salía bien, no parecía tan lejana. Me dirigí hacia la chimenea, colocando allí unos troncos secos y tratando de que se encendieran, cosa que hicieron luego de batallar un poco, dejando que el fuego chispeante se apoderara de ellos. El calor que emanaban era de lo más acogedor.

Entré cuando él lo hizo, aprovechando el momento en el cual se deshacía de la chaqueta para dar un par de pasos hacia el frente, adentrándome en el living con cierta timidez. La sospecha de que su casa era bastante grande, tal y como lo parecía por fuera, se confirmó al ver lo amplio del espacio, además de la excelente organización y orden que reinaba en la mayoría de las cosas que había ahí. Me giré para contemplar las llamas, al principio vacilantes y débiles, pero después fuertes y calientes, sonriendo al verlo. -Lo intentaré- farfullé con una sonrisa algo nerviosa, bromeando a medias. Nervios causados por el simple hecho de estar en casa ajena, y más tratándose del hogar de Ethan, sintiendo cómo mi timidez elemental se apoderaba de mí otra vez. Me quedé embobada un buen rato mirando los adornos de la mesita cercana al sofá frente al televisor, notando cómo el silencio pasaba a convertirse en algo un tanto incómodo, por lo que resolví a romperlo. -Esto es genial- sonreí, buscándolo su mirada dado que repentinamente le había dado la espalda.

Me voltee luego de terminar de encender el fuego, frotándome las palmas de las manos tratando de calentarlas de ésta manera. Le sonreí a Lay, acercándome a ella unos pasos. - No, no admito un lo intentaré. Necesito un "¡sí, lo haré!". Grítalo. Convéncete -exigí, en un tono claramente bromista mientras me dejaba caer en el sofá, observando el fuego, alternando mi mirada luego entre Layla y éste- siéntate -invité, moviéndome, dejándole lugar a mi lado- ¿quieres algo para comer, beber? Ya sabes, es tu casa -aseguré, mientras sonreía, sin quitarle la mirada de encima, esperando una respuesta afirmativa. Quizás, luego de cenar podríamos mirar una película o algo por el estilo. No sonaba nada mal, y afortunadamente teníamos todo el tiempo del mundo para nosotros, cosa que me entusiasmaba.

-De acuerdo, entonces. ¡Sí, lo haré!- imité sus palabras y su tono de voz, prorrumpiendo después en carcajadas que continuaron sonando incluso cuando tomé asiento en el sofá a su lado, apenas dejando un par de centímetros de distancia por lo menos de hombro a hombro. Escuché su pregunta, y entonces me di cuenta que hacía horas no probaba bocado alguno. Ya era de noche, y había comido pasado apenas mediodía por lo que me di cuenta que tenía un apetito voraz. -¿Qué hay de comer?- inquirí, respondiendo su pregunta con otra, sonriendo siempre; mostrando la alegría que mi semblante adquiría cuando estaba con o cerca de Ethan.

- Lo que tú quieras -aseguré, mientras repasaba mentalmente la última compra realizada; tratando de recordar al menos de forma aproximada las cosas que tenía en el refrigerador para elaborar una cena que fuera al menos, aceptable. A pesar de que no era realmente un chef, sí sabía alguna que otra receta aceptable para cocinarle a Layla- ¿qué tienes ganas de cenar? -hice una pausa, esbozando una sonrisa torcida, mientras seguía observándola- sus deseos son órdenes para mí -bromee, a pesar de que iba enserio. Lo que quisiera cenar, por más complejo que fuera, trataría de hacerlo. Después de todo, no había nada que perder.

-¿Hot cakes?- sonreí a medias, disfrutando del momento. Esperé su respuesta, quizá faltaría algo para tener una cena como Dios mandaba y estaba más que dispuesta a hacerme yo cargo en mi condición de invitada. -Yo cocino- advertí sin dejar de sonreír mientras arqueaba una ceja y giraba mi cabeza para encararle con la mirada. -No dejaré que tú prepares la cena si yo estoy presente- comenté en un tono medianamente bromista, pero que encerraba en él mis intenciones verdaderas. -Tengo que ejercitar mis habilidades culinarias.

Asentí con la cabeza, afirmativamente. No era mala idea, y tampoco se me ocurría ninguna otra cosa medianamente fácil y aceptable para cocinar. Además, dudaba de cuántas cosas tendría en el refrigerador para elaborar una buena cena en condiciones. - Seguro -afirmé, mientras seguía repasando mentalmente los ingredientes que había comprado la última vez. Me alegró escuchar aquellas dos palabras que sonaron a salvación, pues, a pesar de que sabía cocinar algunas cosas, no era mi fuerte- sí, creo que será mejor si no queremos que ésta cena acabe en un desastre -suspiré, encogiéndome de hombros y soltando una risa, leve, pero risa al fin- y considerando que comeremos hot cakes, creo que lo más seguro es que los prepares tú -finalicé, mientras enarcaba una ceja y me levantaba, tendiéndole la mano- ¿vamos a ver si falta algo? -propuse, pues, sería mejor confirmar que teníamos todos los ingredientes antes de que fuera demasiado tarde como para ir a comprar los posibles ingredientes faltantes para la comida.

-Vamos, entonces- tomé su mano y la usé como pequeño apoyo en el que apenas ejercí fuerza para levantarme, pues en realidad no era tan necesario. No tenía la más mínima idea de dónde podría guardar la comida; pero por experiencia podría decir que cada casa tenía un rincón tan más variado e imaginativo para almacenar los alimentos que decidí quedarme detrás de él. Mientras tanto, fui repasando mentalmente lo necesario para preparar la cena, también el lugar donde podría conseguir los ingredientes en caso de que no los tuviera todos y el precio aproximado que tenían; agradeciendo a mi buena memoria el recordarlo todo más o menos a detalle. Los huevos serían fáciles de conseguir mientras que dudaba que hubiera algún local que vendiera a éstas horas la harina. Bueno, quizá la tuviera en casa.

En cuanto estuvo en pié me levanté, comenzando a caminar hacia la cocina, esperando que me siguiera. Observé cada lugar por el que pasábamos, agradeciendo que estuviese todo limpio y ordenado. Al llegar a la cocina esperé, repasando mentalmente por décima vez los ingredientes necesarios y comenzando a buscarlos por el lugar. Abrí todos los cajones de la encimera y, al terminar, tenía prácticamente todos los ingredientes. Sólo faltaba la harina. Me quedé pensativo, tratando de recordar si alguna vez habría comprado aquello. Seguro que sí, me dije a mí mismo. Terminé por revisar una especie de despensa que había allí mismo, encontrando la harina. - Bien -mascullé finalmente, pasándome la mano por el cabello- creo que ya está todo -observé, mientras esperaba el visto bueno de parte de Lay.

-Creo que sí- habiendo revisado los ingredientes al mismo tiempo que él lo hacía, pude darme cuenta de que efectivamente estaba todo listo. -Supongo que tienes batidora, ¿no?- pregunté, riéndome, mientras sacaba algo de harina y tomaba una taza de medir que estaba a la vista, además de un recipiente con la medida justa para albergar los ingredientes necesarios y añadiendo la harina a dicho contenedor, fui por un par de huevos que partí y añadí al recipiente. Después esperé la batidora con una ceja ligeramente arqueada y una sonrisa en el rostro, ladeando la cabeza y mirándolo a los ojos. -Experto chef, espero el utensilio que nos ayude a mezclar los ingredientes.

- Eh... -me quedé pensativo. Considerando lo poco que utilizaba la cocina no me extrañaría que no hubiese una batidora. La busqué por la cocina, fijándome en los pequeños armarios donde se solían guardar ése tipo de cosas. Efectivamente, había una batidora. La saqué de allí, sonriendo de manera triunfal y llevándosela a Layla, mientras me apoyaba en uno de los taburetes y observaba la preparación de la comida- resultaste ser toda una chef -bromée, mientras observaba la mezcla de principalmente harina y huevos, donde se lograban visualizar los demás ingredientes esperando ser mezclados. Suspiré, mientras bostezaba de forma inevitable, estirándome.

-Menos mal. Pensaba que tendríamos que ir a comprarla- me quejé haciendo una mueca, cambiándola casi de inmediato por una sonrisa alegre y radiante. Me acerqué a él después de haber añadido la mantequilla y el resto de los ingredientes necesarios, faltando sólo el batirlos; yendo con el precisamente por la batidora. La tomé con la mano y en vez de dar una simple media vuelta y regresar con la cena, me quedé ahí, mirando sus preciosos ojos que relucían como esmeraldas. Sin poder evitarlo sonreí con picardía y, batidora en mano, me acerqué más para rozar sus labios tiernamente con los míos, disfrutando del beso del mismo modo en que lo hacía diariamente, como si fuera una dosis necesaria para sobrevivir. -Te quiero- susurré, separándome por un momento, mirándolo de nuevo a los ojos y sintiendo cómo mi mente se perdía en ellos, cómo mis piernas se desconectaban del resto de mi cuerpo y la cabeza se me calentaba, además del latido desenfrenado de mi corazón que jamás se quedaba atrás.

- Dudo realmente que encontráramos algo abierto a ésta hora, sin mencionar el tiempo que tendríamos que gastar en ir al centro de la ciudad, donde todavía había alguna posibilidad de que alguien quisiera vendernos una batidora -me quejé, riéndome levemente luego. A pesar de que no era demasiado tarde aún, si lo era lo suficiente como para que todos los vendedores se hubiesen retirado ya de sus puestos de trabajo, cerrando obviamente con su marcha los locales de electrodomésticos. Observé como añadía algunos ingredientes faltantes, observando la mezcla que había hecho con poco entusiasmo. Viéndolo así, realmente se hacía poco apetecible el hecho de poder degustar aquella comida, sin embargo confiaba en la buena mano para la cocina de Layla a pleno. Sonreí en cuanto la vi acercarse, pensando en mil cosas menos en el hecho de que venía a buscar la dichosa batidora. La solté en cuanto ella se acercó, entregándosela, pero sonriendo de forma más extensa al ver que no se retiraba enseguida. La imité, observando sus ojos que relucían como luceros, sonriente, acercándome más a ella. Sus labios seguían siendo tan tentadores como siempre y no había momento en el que no los anhelara, como el mismísimo néctar de algo prohibido. Me acerqué, sin poder evitarlo, besando sus labios una vez más.
- Yo te quiero mucho más -espeté al separarme de ella, manteniendo mis brazos firmes en si cintura, que se habían deslizado hasta allí de forma casi inconsciente. El poco autocontrol que aún tenía se pondría a prueba muchas veces en toda aquella noche.

-Hum. Habrá que verlo- susurré, arqueando levemente una ceja. Di un paso hacia atrás, librándome de su abrazo con suavidad y tomando de nuevo la batidora, giré para dedicarme de nuevo al tazón de los hotcakes. Revolví los ingredientes hasta que se los grumos se desaparecieron y dejando la batidora a un lado, puse la sartén a calentar con mantequilla para después tomar la mezcla y, al fin, ponerla a freír. Esperé, dándome media vuelta para mirar a Ethan, dándome cuenta de cuánto había cambiado mi vida a partir del día primero en el que lo había visto. Y, definitivamente, había sido un cambio para bien, un cambio que había traído sólo mejoras. Miré sus ojos, tan bellos y atractivos como siempre lo habían sido, reluciendo como estrellas primerizas al atardecer. -Te amo- susurré, sonriendo después. Mi corazón se desbocó como caballo rebelde cuando mi boca pronunció aquellas palabras, pero le resté importancia, limitándome solamente a sonreírle. -Y nada podrá cambiar eso- aseguré, ruborizándome sin razón alguna aparente. No, no me daría el lujo de perderlo jamás, de alejarme de él un solo instante si no era necesario ni dejaría de quererlo. De eso, estaba segura.

- Cuando quieras -desafié, esbozando una sonrisa traviesa, que se transformó luego en una mueca; lentamente. Observé como seguía preparando la cena, que cada vez resultaba quizás más anhelada, ya que mi estómago había comenzado a pasar factura debido a las horas que había pasado a probar bocado. A pesar de éso, seguía teniendo otras prioridades en mente. Observé todo el procedimiento para terminar la preparación de la cena, esperando que la receta me hubiese quedado al menos un tanto grabada en la cabeza. Hacía ya bastante tiempo que no me preparaba yo mismo algo para cenar; siempre iba hacia lo más fácil, la comida rápida. Fácil, sencillo, sin preocupaciones ni riesgos de complicados incendios. Lo ideal. En cuanto acabó de hacer éso y se volteó a verme le sonreí ligeramente, de forma inconsciente. No lo podía evitar. Cuando estaba con ella sencillamente las sonrisas brotaban solas. Me acerqué un poco, envolviéndola nuevamente entre mis brazos, recobrando aquella sensación que tenía al principio de la relación: la sensación de que yo era el único capaz de protegerla. Aquella sensación que me hacía querer cuidarla permanentemente, de ser su ángel de la guarda. Me sorprendía como las sensaciones que tenía desde el principio seguían así, y lejos de ir decayendo, lo único que hacían era crecer de forma incesante cada vez que la veía. Cada vez que estaba con ella, que tenía aquella suerte de probar sus labios o de abrazarla sin que me importase lo que sucediera luego- también te amo -mascullé en su oído, lentamente, hundiendo luego mi cabeza en el hueco que quedaba disponible entre su hombro y su cuello. Inhalé el aire profundamente, grabé aquél delicioso aroma ta característico de ella en mi cerebro y luego la atraje más hacia mí, separándome sólo para besar sus labios una vez más.

-Ah, ¿sí? ¿Cuando quiera?- reté con picardía, arqueando una ceja mientras lo miraba con una amplia sonrisa en mi rostro. Disfrutaba estar con él más que cualquier otra cosa en el mundo, gozaba cada minuto en su compañía como si al próximo todo fuera un vano sueño, un sueño que duraba y jamás encontraba su fin. Un sueño que me hacía bastante feliz, y que esperaba no terminara nunca. Esperaba nunca separarme de él, estar siempre juntos, los dos. Él y yo. Era todo lo que necesitaba para ser feliz. Un sonido algo extraño se dejó oír, escuchándose detrás de mis espaldas. -Se va a quemar tu cena- me quejé, susurrando, separándome de él después de responderle dulcemente el beso para girarme y darle la vuelta al fino disco de masa, viendo con alivio que el hotcake no se había quemado. Por lo menos, no del todo. -Hay que ver lo rápido que se fríen- comenté, soltando una leve risa que vibraba en mi garganta. -Si no me dejas cocinar, te vas a quedar sin cena- le espeté en un tono severo, con una sonrisa bromista en los labios. -Y tendremos que pasar la noche con el estómago vacío- amenacé, riendo con una carcajada definitiva que marcaba al completo la alegría que me embargaba estando junto a Ethan.

- Sí, cuando quieras -repetí firmemente, tratando de transmitir aquella seguridad que creía tener. Ciertamente, cuando estaba con ella me sentía bien. Me sentía tranquilo. Completo. Y extrañamente satisfecho. Entrecerré los ojos al oír el ruido proveniente de los hotcakes, bufando y soltando la especie de presa que se había formado alrededor de Layla de manera inconsciente. Cada vez me costaba más el separarme, el hacer uso de aquél supuesto autocontrol que creía tener. Debía tenerlo. Y si no lo tenía, iba a tener que comenzar a pensar cómo me manejaría para con ella- no me importaría quedarme sin cena por estar un poco más contigo; creo que lo sabes de sobra -mascullé, sentándome encima de la mesada y dejando mis pies colgando, soltando un suspiro largo y algo cansado, observando todo lo que Layla hacía. Al escucharla, me encogí de hombros- cocina -exclamé, fingiendo molestia- nadie te lo impide, que yo sepa, ¿o sí? -pregunté, esbozando algo parecido a una sonrisa, que se asemejaba más a una mueca en aquellos momentos. Esperé pacientemente. Quería ya que la hora de preparar la cena acabase de una vez, pues todo aquello me ponía ligeramente nervioso.

-Ahh...muy bien, Sir Ethan. Me dispongo a tus órdenes- afirmé, sacudiendo la cabeza y haciéndome la ofendida. Me giré, tomé el recipiente con la mezcla y tras sacar el hotcake ya listo de la sartén, puse a freír otro. Cuando estuvieron ambos listos, busqué un plato y ayudándome con una cuchara de madera para no quemarme las manos, puse los dos hotcakes, uno sobre el otro. Tomé un tenedor del juego de utensilios que había a la mano y colocándolo sobre el plato, se lo entregué a Ethan en la mano. -La cena está servida, milord- anuncié con los aires de servidumbre de los que se servían los esclavos para sobrevivir en las casas de sus amos. -¿Desea usted algo más, oh mi gran rey?- me burlé, aguantándome las ganas de soltar una buena carcajada a causa de aquello. Me giré y preparé el resto de la mezcla que alcanzó justo para otros dos, los cuales serví igual que los de Ethan. Dejé el plato a un lado de la estufa, tomando un trapo y limpiando los restos de harina que habían quedado esparcidos alrededor. -Espero que le guste su cena.

Simplemente entorné los ojos ante su comentario, sin decir nada, manteniendo aquél aire de molestia que había tratado de conservar desde mi comentario anterior. Difícil. Muy difícil. La risa amenazaba con escaparse de mis labios en cualquier momento, así que desvié la mirada de Layla, clavándola ahora en los hotcakes que seguían cocinándose. Observé como luego pasaba los hotcakes de la sartén hacia el plato, alcanzándomelo. No sin antes seguir con sus aires serviciales, claro. - Basta -pedí, esbozando una sonrisa torcida y negando posteriormente con la cabeza- me desespera que me hables así. Demasiado -bromee, pues ciertamente no era tan desesperante como se lo había pintado en aquellas palabras. Me llevé un trozo de la cena a la boca, degustando el delicioso sabor, asintiendo con la cabeza mientras esperaba a tragar la comida para poder hablarle a Lay- mis felicitaciones -exclamé, con una sonrisa, llevándome otro trozo y saboreándolo con las mismas ganas que el anterior- están realmente deliciosos; mucho. Y sabes que no es por compromiso ni mucho menos -aclaré. Por alguna u otra razón, siempre acabábamos pensando que muchas cosas que nos decían eran por compromiso. No había razón. De hecho, ni siquiera debía haber razón. Al cabo de un rato terminé la cena, estirándome y observándola a ella, satisfecho.

-Gracias- me reí con aquella risa contenida y guardada en mi garganta en los últimos diez minutos, sonriendo ampliamente y mostrando mi blanca hilera de dientes. -Supongo que es lo que ganas viviendo años sola, en tu casa- exageré -sin nadie que te acompañe o te haga de comer- suspiré dramáticamente, para después reanudar mi discreta carcajada; y a continuación terminar con la tarea inicial de limpiar el pretil, dejando el trapo en un rincón y prometiéndome a mí misma lavarlo cuando termináramos de cenar. -Me alegra que pienses eso- admití, tomando mi plato con la mano y degustando mi cena, trozo por trozo y pedazo por pedazo. Cuando terminé, dejé el traste sucio a un lado para acercarme a Ethan, manteniendo apenas una reservada distancia de escasos centímetros entre ambos. -Supongo que es hora de dormir- sacudí la cabeza negativamente. Aquel día, tan alegre y lleno de emociones fuertes, ahora llegaba a su fin, cosa que no precisamente me entristecía pues contaba con la esperanza de despertar cerca de Ethan. Mi luz, mi razón de vivir.

- De nada -respondí simplemente, mientras retiraba el plato que aún se encontraba justamente delante de mí. Había olvidado ya lo que era degustar la comida casera. Había olvidado lo que era comer algo preparado por otra persona. Algo preparado con toda la dedicación y el tiempo que Layla había invertido en ello. Por una simple cena. Una cena que se podría haber ordenado a algún lado. No. Ella la había preparado. No tenía clara la razón por la cual un detalle que podía ser tan insignificante como aquél había tomado tanta importancia en aquél momento. Me reí con ella en cuanto soltó aquél discurso dramático, negando con la cabeza, pero sin decir nada. Sin saber que decir. Sin tener preparada una respuesta para algo como aquello- Layla -llamé al ver lo que hacía- deja de limpiar, por favor; ya me encargaré yo eso de mañana. Ahora quiero que tengamos un tiempo para nosotros. Sin preocuparnos por limpiar, por la cena o por los caballos. Nada. Simplemente tú y yo. ¿Puede ser? -pedí, sonriendo divertido, acercándome a ella al mismo tiempo que la veía avanzar hacia mí. Dormir. Es hora de dormir. Sí. Efectivamente era hora de dormir. Asentí con la cabeza, convenciéndome a mí mismo de aquello; el tiempo había pasado rápido, demasiado rápido para mi gusto. Abracé a Layla con fuerza, respirando profundamente, soltando todo aquél aire guardado en mis pulmones. Inhalé de la misma manera, profundamente, haciendo que el perfume tan característico de ella invadiera mis fosas nasales. Y luego la besé. Di rienda suelta a aquellas ganas desenfrenadas de besarla. Besarla de verdad. Sin que ninguna cena me interrumpiera. Sin que nadie llegara de improvisto. No. Ahora, solamente estábamos ella y yo.

-Pero si yo fui la que...- mi queja se encontró súbitamente interrumpida por el beso repentino de Ethan. Un beso desenfrenado, donde definitivamente ya no había distracciones ni para él ni para mí. En un principio los nervios tomaron súbitamente el control de mis acciones, pero mi confianza y amor hacia él predominaron por encima de cualquier otro sentimiento ajeno, por lo que en un santiamén me vi a mí misma respondiéndole el beso, con la misma entrega que mostraba él. Mis manos subieron por su cuello hasta enredarse en su cabello, suave, perfecto, sin que nada más me importara. El tiempo pasó, sin estar consciente si transcurría lento o rápido, todo parecía carecer de importancia si se le comparaba con el espacio que Ethan ocupaba ahora en mi mente. Sólo me enfoqué en aquel mismo instante, sin que me preocupara el qué vendría después o lo que había sufrido antes de encontrarme con él. Mi respiración agitada se relajó en un suspiro de anhelo, como si a partir de aquel momento mis labios no buscaran otra cosa mas que besar los suyos con insistencia, cosa que me encantaba. No me puse límites, no me puse trabas, ni permití que algún extraño tipo de autocontrol me prohibiera besarlo de ése modo. Era algo que, a fin de cuentas, nunca cambiaría por nada.