-Dadme a mi Romeo, y cuando muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol- susurré, más allá de que la película ya estaba situada en otra escena, aquella frase era perfecta para Edward. No dudaba que en caso de que realmente pudiese ser posible, todo mundo se quedaría eclipsado ante la enorme belleza de la noche. Y las estrellas llegarían a opacar con total facilidad al astro rey. Acaricié con suavidad el rostro de él, observando cada rasgo de su perfecto rostro. Suspiré suavemente, era tan perfecto que cualquiera podría quedar fácilmente opacado por él. Ni siquiera Romeo lograba aproximarse a la perfección de Ed, similar a la de un ángel caído del cielo. Sí, no podía negar que me costaba creer que efectivamente él estuviese allí, conmigo. Que estuviésemos juntos. Yo, con alguien tan increíblemente perfecto como lo era él. Me reí suavemente ante esa simple y única idea, resultaba algo ilógico, pero prefería no darle vueltas a esos asuntos. Sólo me quedaba agradecer a la vida por haber cruzado nuestros destinos en el momento justo en el que ambos nos necesitábamos. Las imágenes del día en el cual nos habíamos conocido todavía rondaban mi mente a modo de claros flashbacks. El mismo día en el que había conocido a Sadik y a Dajah. Los tres, ahora indispensables en mi vida. -Pero yo te amo mucho más. No se como te has vuelto tan importante para mí, pero eres totalmente indispensable en mi vida- susurré, acariciando su pelo con suavidad, dedicándole una sonrisa.
Clup Hipico