Me extrañe de que tartamudease pero le resté importancia, tal vez le incomodaba.
-Pues, empezaré yo- Dije sonriendo.
-Ciertamente antes era una yegua salvaje... Aunque toda la manada me odiaba, y cada caballo con el que me cruzaba me terminaba odiando. Siempre andaba cerca de mi madre y cada tanto les cuestionaba a los que murmuraban malas cosas sobre mí. Llegó el día en que una nueva yegua llegó a la manada con su hijo, que era de mi misma edad. Ambos estabamos ocultados detrás de nuestras madres, mientras ellas hablaban, aunque ciertamente yo le miraba con curiosidad.
-Un día, por la noche mientras todos estaban dormidos, ví a aquel potrillo que iba al lago. Me levanté y le seguí. Cuando llegó yo le asusté por detrás y él se cayó en el agua. "Q-q-que haces!?" gritó. "Nada, sólo te empujo para que te diviertas un poco" dije sonriendo. El me sonrió y estuvimos hablando un largo rato, hasta que nos fuimos a dormir. Los años pasaron y yo ya era una joven adolecente, al igual que él aunque... Ibamos a ir a otro territorio, puesto que muchos lobos andaban vagando por ahí en múltiples manadas y por ello...- Callé y sonreí tristemente. -Y por ello aquel potrillo murió... Por mi culpa, él tratando de defenderme mientras yo estaba en el suelo, llorando y pidiendo que se fuera y me dejase ahí, pero no me hizo caso y murió para protegerme. Por eso... Puede ser que por ello nunca estoy llorando y soy tan rebelde y agresiva... Tal vez, podría ser, probablemente... Digamos que podría tener un "pecado" por así decirlo, matar a un semental puro y de buen corazón, mientras que yo soy todo lo contrario. "Tienes un corazón de oro" me dijo Nahiara, en este mismo prado pero ¿qué corazón de oro? Por favor, esta vida se la debo a él, él es el que tiene un corazón de oro.
Me levanté y me estiré, y comenzé a pastar.