Me acomodé bien en mi lugar, siguiendo con la mirada el recorrido que efectuaba el semental por todo el prado. Sonreí, al verlo de aquella manera, libre. Había olvidado ya la sensación de montar a caballo, de convivir con uno, y gracias a él había revivido los buenos momentos que estaban en mi mente, guardados casi bajo llave. Suspiré, apoyando mi espalda en el tronco del frondoso árbol. Tendría un gran trabajo por delante si quería comprar a Talou, pero nada resultaba ser lo suficientemente malo como para retractarme. No, de ninguna manera. Estaba prácticamente decidido a comprarlo, ya que me parecía el caballo perfecto para mí, más que indicado. Había resultado ser noble, muy noble: lo suficiente como para dejarse toquetear por un completo desconocido. Había resultado ser más que un buen caballo para salto, mucho más que eso. Juntos, en el picadero, parecíamos haber volado. Más allá de la altura de los obstáculos, o de la dificultad de éstos. Habíamos sido un verdadero equipo, habíamos trabajado juntos para lograr superar aquél pequeño reto de los recorridos, y esperaba que ésto fuese solo el comienzo de una gran amistad. Observé con atención su galope, su trote... Aquél salto improvisado, a lo que solté una risa, negando posteriormente con la cabeza. Me sobé la nuca con tranquilidad, flexionando mis rodillas con el fin de estar más cómodo en aquél lugar. Esperé un poco, el suficiente tiempo para ver que Talou se tumbaba a unos pocos metros de mí. Le dediqué una amplia sonrisa, ladeando mi rostro para observarlo bien. -Lo hiciste más que bien hoy- comenté, dejando una de mis manos encima de la fina hierba, comenzando a arrancar algunos trozos. Busqué alguna golosina para darle, encontrando algunos trozos de zanahoria. Tomé uno en mi mano derecha, esbozando una sonrisa y mostrándoselo. Para no levantarme ni hacer que él se levantase, se lo lancé, con cuidado de que no se asustase, lo suficientemente cerca como para que pudiese tomarlo sin tener que venir.