En cuanto estuve seguro de que estaba dormida, me acomodé en el sofá y tomé su mano, rodeándola con las mías. La acaricié con suavidad, clavando mi mirada en su precioso rostro. - No tienes una idea de cuánto me asustaste, de verdad -hablé con voz suave y en un susurro prácticamente, a pesar de que sabía que no me escuchaba, necesitaba decírselo aunque no lo recordara luego- por un momento la simple idea de no verte más... No sé como explicártelo, pero fue algo verdaderamente horrible... -hice una pausa, esbozando una sonrisa irónica al recordar todo lo que había pensado en aquella maldita sala de espera- Sin embargo, traté de mantenerme con esperanzas, después de todo una operación de apendicitis no podía resultar tan mal, ¿verdad? -titubee, como dudando de mis últimas palabras- sin embargo, todo lo que ha pasado me ayudó para descubrir lo importante que eres para mí, no sabes cuanto. Y realmente creo que era algo así lo que necesitaba para abrir los ojos, para darme cuenta de que... -hice una pausa, bajando la mirada, como avergonzado- de que aún te quiero tanto, Layla... -suspiré, volviendo a observarla. Habría sido una gran confesión de no ser porque ella estaba dormida, pero prefería que fuera así, no quería llenarla de problemas y cosas en las que pensar luego de una operación.
Sentí unos pasos provenientes del pasillo y una enfermera ingresó en la habitación, dándole unas indicaciones y un gran discurso sobre que tenía que hacer y qué no respecto a... ¿un jugo de naranja? Asentí con la cabeza, como agradeciéndole en cuanto me miró y le indiqué que no tenía preguntas. Tres días... Serían una eternidad, sin embargo iba a estar allí acompañándola permanentemente.