Entré en la pista junto a Lizzie, caminando como siempre lo hacía; con una belleza inigualable. Mis orejas rectas hacia delante, mi cuello alto, mi cabeza recta, paseando de vez en cuando las crines que caían por mi frente de un lado a otro, mostrando siempre los ollares bien abiertos, los ojos avispados, la cola alta y ese nerviosismo característico en mi raza. Bufé y me quedé quieto, observando al poni y a la humana que entrenaban en el otro lado de la pista. ¿Realmente podría yo llegar a ir tan bien con Lizzie sobre mí? No lo dudaba, pero a la vez me parecía algo difícil de creer e incluso imaginar. Cuando escuché el chasquido que hizo Lizzie con la lengua, me volví, con las orejas atentas a todo, paseándose hacia delante y hacia detrás una y otra vez, hasta que quedaron las dos clavadas hacia delante, hacia Lizzie. Tras escuchar y procesar en mi mente lo que me pedía, relinché y asentí con la cabeza, moviendo en vertical la cuerda que me unía a Lizzie. Comencé a caminar, de forma algo irregular, debido al nerviosismo que poseía y que se podía ver en las finas ramificaciones de las venas de mi cuello y pecho. Tras concentrarme algo más, me tranquilicé un poco, lo suficiente para ir a un paso regular, realizando un círculo perfecto alrededor de Lizzie.