Delante de nosotros había un panorama realmente hermoso. La pradera estaba cubierta de flores, había un olor realmente exquisito en aquél lugar. Cerré los ojos por unos momentos, deleitándome y sonriendo al sentir aquel delicioso aroma. Me bajé de Irak y le dí unas palmadas amistosas, indicándole que podía hacer lo que quisiera. Se puso a pastar a unos metros de mí, observándome de vez en cuando. Me senté entre las flores, un poco alejado de Layla, aún así podía observarla claramente.
Arranqué una flor de color rojo, rojo como la sangre, intenso. La olí, tenía un olor exquisito. Saludé a Llena cuando se fue, era el momento perfecto. Me acerqué un poco a Layla y extendí mi mano, con la flor entre mis dedos, ofreciéndosela.
— Podría decir, una flor para otra flor, pero ese es un piropo barato —mascullé mientras una sonrisa se pintaba en mi rostro.