Su mano se movió hasta mi cuello, situándose detrás de éste. Por unos momentos no tuve idea de que iba a hacer, no encontraba ninguna posible explicación, a menos de que quisiera tirarme de Pampa cosa que lograría con un empujón seco. Fácil, realmente era muy fácil hacerlo. Pero no, afortunadamente no lo hizo. Estuvimos frente a frente, clavé mi mirada en la suya y sentí que todo volvía a ser cómo antes, cosa que me agradaba. Y lentamente, ella se acercó, demasiado, tanto que pude sentir su respiración rozando mi piel. Pasee mi mirada entre sus ojos y sus labios, con nerviosismo, esperando una explicación. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué me tentaba de aquella manera? Estaba cerca, peligrosamente cerca y aquello no era bueno si quería ser su amigo.
Y como pensé, mi fuerza de voluntad brilló por su ausencia y me acerqué a su rostro al mismo tiempo que Layla lo hacía, y en ese momento supe que no habría vuelta atrás. Sentí ahora sí como sus labios rozaban los míos después de tanto tiempo, un beso que sin lugar a dudas había removido todo lo que trataba de borrar, sentimientos que pensaba que no existían, que se habían borrado. Y disfruté de aquél beso, recordando que antes estaban a mi alcance y podía disfrutar de éstos tanto como quisiera. Me alejé lentamente, observando a Layla, perdido y desorientado. Necesitaba saber que no había sido un sueño y que realmente había pasado algo.
—Te he extrañado— dije de pronto. —Extraño el pasado. Extraño nuestra relación tal cual lo era antes— solté, observándola.