En cuanto llegamos al prado observé todo, casi asombrada por lo enorme que era el lugar. A pesar de que conocía la acampada, nunca había estado en un lugar con tanta hierba junta. Con pasos algo torpes me alejé de mi madre, sin perderla de vista, estirando mis largas y finas patas tomando velocidad, pasando a un galope totalmente veloz. Sentir el viento sobre mi cara era realmente placentero. Cerré los ojos, sin alejarme demasiado de mamá, viendo como otro caballo enorme se acercaba a nosotras. Retrocedí unos pasos y fui hacia ella, escondiéndome debajo de sus patas, suspirando tranquilamente al darme cuenta de que se trataba de papá. Salí de el escondite que había preparado en cuestión de minutos y fui hacia él, rozando mi morro de forma cariñosa con él. Habíamos pasado bastante tiempo juntos, por lo que me había familiarizado con ellos y con los humanos, ¡ahora hasta comprendía bastante bien su lenguaje! Además, había conocido a varios caballos y humanos que poco tenían que ver con mis padres, cosa que me alegraba. Luego de un rato estando con mis papás, salí nuevamente al galope, estirando al máximo mis finas patitas y relinchando alegremente, totalmente feliz.