Sin dejar de reír, me fui alejando despacio de Maris. Sabía que ahora sería yo la que terminaría chorreando, pero en cierto modo, era justo. -Pues tú me mojaste cuando yo estaba distraída, así que tú también hiciste trampa.-dije, riendo por lo bajo, sin dejar de observar cómo Maris se acercaba a mí. -Cuando quieras, seré tu aliada. Pero antes tenía que mojarte.-añadí, riendo por lo bajo. Justo en aquel momento, Maris comenzó a galopar hacia mí. No me dio tiempo a más. Sólo pude bajar mi cabeza, escondiendo mis ojos tras mis patas delanteras, para evitar que el agua llegara hasta éstos, irritándolos. Levanté la cabeza cuando la gran cortina de agua que había creado Marismeño me cayó de pleno por todo el cuerpo. Me sacudí, tratando de salpicar un poco a Maris. No me quejé, sabía que tarde o temprano me iba a tocar a mí ser mojada. Comencé a reírme, sin poder evitarlo. Siempre que estábamos juntos me sentía la yegua más feliz del mundo, la más afortunada. Él sabía sacarme sonrisas con sólo respirar, y aquello me hacía inmensamente feliz. Más de lo que nadie se podía imaginar.