Aquella pradera era la más inmensa que había tenido la oportunidad de ver. Al recordar el pequeño prado donde pastábamos en el rancho que había servido de hogar anteriormente casi me daban ganas de echarme a reír, ya que para nosotros era el paraíso en persona, siendo que ni siquiera era una cuarta parte de la inmensidad de aquél prado. Aún así, lo más importante no era el tamaño, sino que pensaba en todos los buenos momentos que habíamos vivido ahí. Eliminé aquellos pensamientos, llegando junto a Agatha y dedicándole una amplia sonrisa. No tenía idea de qué hacer primero, sin comer un poco de hierba, salir al galope, meterme de lleno en el lago o simplemente tirarme al fresco suelo. Hacía un calorcito de lo más agradable, lo que sólo favorecía a que aquél día fuese bueno, lo suficientemente bueno como para eliminar por algunos segundos cómo había tenido que abandonar mi hogar así como así. -Eh, venga, ¿una carrera?- la invité, dándole un empujoncito con mi morro y partiendo al galope, levantado una nube de tierra detrás de mí. Lejos de preocuparme por ganar, me preocupé por sentir la libertad, por disfrutar de aquella experiencia en mi nuevo hogar, junto a mi nueva...¿amiga? Sí, bueno, todavía teníamos mucho que conocernos, pero me había caído bien a primeras, cosa que solía suceder poca veces. Ignoré la presencia de otros equinos en el prado, pues confiaba en que no les molestaría que tanto Agatha como yo hubiésemos ido a pasar un rato por allí.