Era curioso como el poni en cuestión largaba todo sin trastabillar, como si realmente no fuese consciente de que lo podría matar en cuestión de segundos por una palabra que sobrase en toda aquella charla. Al parecer, o no lo sabía, o no le importaba. Bien, mejor aún, el saber que al parecer no le afectaba el saber que se estaba dirigiendo a un fantasma que en aquellos momentos tenía poca paciencia indicaba que a la misma vez, se sentía capaz de hacerme frente. O al menos, eso me convenía interpretar a mí. Con aquella actitud con la que se manejaba Bevanlee sólo lograba sacare más de quicio. Desvié ahora mi mirada, más allá de que todavía podía sostenérsela, sencillamente no tenía ganas de hacerlo. La clavé en el frente y suspiré, intentando que toda la tensión del momento me abandonase. Matarlo ahí no era algo coherente, ni siquiera adecuado. De hecho, no tenía razones para matarlo, y no podía hacerlo. No sabiendo que la conocía, que realmente le afectaría su muerte. No. En el fondo le seguía guardando un cariño sumamente especial a Montserrat, por lo que no podía permitirme a mí mismo lastimarla, aunque fuese indirectamente. Luego de digerir aquella idea, luego de forzarme a mí mismo para no deshacerme de Bev allí mismo, lo observé. Y él habló. Y vaya que había cometido un error al decir aquellas palabras, ciertas, pero que me habían hecho cambiar de opinión sobre qué hacer con él. Como si fuese poco me seguía observando con aquella fijeza, como creyendo que era astuto por haber hecho aquél comentario, como si se hubiese salvado el pellejo gracias a eso. -No sabes el error que acabas de cometer, idiota- bramé con toda aquella rabia contenida, acercándome de pronto al poni que a mi lado parecía minúsculo, no sólo por altura, sino porque mi cuerpo era mucho más fornido que el suyo por cuestiones naturales. Él era un poni. Lo derribé con mucha facilidad, con una sola embestida fuerte y segura, colocando luego mi casco derecho encima de él. Dirigí mi mirada hacia los demás caballos, con los ojos vidriosos producto de tanta rabia. -El que se acerque correrá la misma suerte que él- avisé, no tenía ningún inconveniente en acabar con todos si era lo que tenía que hacer, lo importante era que no se metieran en asuntos que no eran de su incumbencia. Sólo esperaba que supieran, que la suerte que corriesen, en caso de ser mala, sería culpa de el estúpido Bevanlee. -Apuesto a que estabas seguro de que no te mataría- me reí de una forma irónica y ciertamente macabra, observando constantemente los ojos de mi pobre víctima. Dirigí mi casco derecho a su cuello, justamente en su yugular, el lugar por donde pasaba toda aquella cantidad inmensa de sangre que podía ser desperdiciada con un solo corte certero y preciso. Sabía de sobra como hacerlo, había perdido ya la cuenta de todos los equinos que había matado de aquella manera. -A mí tampoco me gustó que ella se fuese así como así, sin preguntarse que había sido de mí. ¿Y a ella le importó? No, ni en lo más mínimo. Nunca se preguntó que fue de mí, nunca se preguntó como estaba, mientras yo moría por las ganas de saber si todo estaba bien con ella- le escupí aquellas palabras con una agresividad poco vista antes, el problema era que todo aquello me dolía, me dolía como pocas veces. -¿Por qué me importaría a mí cómo se sentirá ella cuando mate a su Piper?- mascullé con verdadero odio, mientras mi casco ejercía presión justamente a un lado de aquella vena que podría ocasionarle la muerte en caso de ser cortada con un limpio y seco movimiento. Comenzó a manar sangre de la herida que le estaba ocasionando, aunque no se comparaba a la que podría llegar a perder en caso de que decidiese matarlo.