La casa de Ethan

De nuevo, las prendas volaron, y las sábanas terminaron en un feliz enredo como un recuerdo de lo vivido, dejando la habitación hecha un enredo; pero era lo de menos, claro. Lo material ya no importaba a éstas alturas donde nuestra relación se había tornado tan unida, tan estrecha, tan...bueno, muy bonita. -Te amo- murmuré con fervor, alzando la mirada para clavar mis ojos sobre los suyos, perdiéndome de nuevo en ellos como lo había hecho infinitas veces, pero no me cansaría de hacerlo. Jamás. Aún con tanto tiempo de conocerlo, el mirar por lo menos de reojo sus verdes irises me revolvía el estómago por completo, con aquella típica sensación de mariposas enjauladas o siendo torturadas por los jugos gástricos. A saber, pero el nerviosismo siempre era el mismo, y aquel ritmo desenfrenado que adoptaba mi corazón en sus latidos tampoco cambiaba, aunque no quería que lo hiciese: era genial y perfecto siendo así. No quería otra cosa. -Y no sabes cuánto- añadí, volviendo a probar la dulce miel de sus labios sin cansancio, como si fueran algún tipo de droga que fuera indispensable y necesaria para sobrevivir, y la verdad fuera dicha no había otra explicación hacia el cuán importante era Ethan para mí: mi luz, mi razón de ser.

La quietud y tranquilidad nos abrazaba hasta el punto en el que todos los problemas desaparecían, hasta el punto donde únicamente existíamos ella y yo. Ahora veía un buen futuro para mi vida, siendo que había logrado comprometerme con la mujer que amaba, lo que más ansiaba era formar una familia. Tarde o temprano sabía que pasaría; o al menos lo esperaba, y a la misma vez sabía que habría que considerar todas las posibilidades antes de hacer cualquier cosa, pese a que ya no tenía ni la más mínima intención de echarme atrás siquiera por un momento respecto a la decisión que había tomado, respecto al giro inesperado que había tomado mi vida. Las sábanas cubrían lo justo y necesario, pero el calor que me aportaba el abrazarme a Layla como lo hacía actualmente no se comparaba al calor de ninguna otra cosa. Era ese calorcito agradable; aquél que sentías cuando estaba con alguien tan querido que sentías que no podrías despegarte de esa persona. Y lo más increíble era que las famosas mariposas seguían haciendo acto de presencia constantemente, invadiéndome de nervios al estar cerca de Layla. -Yo también te amo. Muchísimo- aseguré, esbozando una sonrisa y observando sus ojos verdes, perdiéndome en ellos, sin que la sonrisa se desvaneciese de mi rostro ni por un momento. Ante lo siguiente que oí salir de su boca no tuve respuesta, pues ella acalló las palabras que amenazaban con salir de mí con un beso. Y estaba más que claro que no me podía resistir a éstos. Saboree sus deliciosos labios, aquél néctar embriagador y adictivo. Las horas habían pasado mientras organizaba el desayuno y le pedía que se casase conmigo, por lo tanto calculé mentalmente que la tarde ya estaría cayendo. -Será mejor que nos levantemos- acabé resignándome, mientras soltaba un suspiro y posteriormente me reía levemente, bostezando inevitablemente.

Sí, sería lo mejor, aunque no lo quisiera de corazón. Lo único que quería era estar ahí, con él, a su lado; aunque tenía que volver a casa, muy en contra de mi voluntad, pero tenía que volver. -Sí, creo- murmuré con desdén, fingiendo tristeza pues en realidad aquel sentimiento no existía cuando estaba con él. Él era la luz de mi vivir, lo que sabía que si lo tenía no me haría falta cualquier otra cosa para existir: era mi todo y mi nada a la vez, era justo lo que necesitaba para rellenar el hueco sentimental de mi vida. Y ahora que lo tenía, que estábamos comprometidos, no quería dejarlo ir, pero tenía que hacerlo. Nahi seguramente se preocupaba por mí y llevaba aún una eternidad sin pasarme siquiera por la hípica, lo que me angustiaba de cierto modo. Hacía mucho no veía a mis caballos, era cierto, pero el saber que había mozos cuidándolo me tranquilizaba; por lo menos un poco. -Tengo que ir a casa- susurré, más de queja que de buena gana, pues aunque no quería irme sabía que tenía que hacerlo. -Sigo sin saber nada de Afri y no sé dónde diablos pueda haberse metido Nahiara- añadí, uniéndome a sus risas al verle bostezar. ¿Y si Nahi había salido de casa? Nav estaría solo, al igual que su perrito; cosa a la que ninguno de los dos estaban acostumbrados, seguramente. Bueh, se tenían de compañía el uno al otro y todo, pero...por ahora lo mejor sería volver, quizás por lo menos un ratito.

El día había pasado más rápido de lo que había deseado, de hecho cualquier momento que pasase a su lado se iba volando prácticamente. Claro que más allá de eso lograba disfrutar a fondo los momentos en los que estábamos juntos, y más ahora, que habíamos subido un nuevo escalón en nuestra relación. Ahora estábamos comprometidos y vaya que eso tenía un fuerte peso sobre nosotros. Todo había cambiado. Todo era mejor, mucho mejor que antes. Me separé de ella para sentarme en la cama, tenía la necesidad de imponer cierta distancia entre ambos si no quería caer en la dependencia, de la cual no estaba demasiado lejos. Suspiré, estirándome un poco antes de empezar a vestirme, terminando con la tarea en cuanto me puse la camiseta. Volví a sentarme en la cama con el único objetivo de estar cerca de ella, al menos antes de que se fuera. -Creo que tendré que aceptar que tarde o temprano te ibas a ir- me quejé, riéndome luego. Hacía ya bastante que no me pasaba por la hípica, cosa que me reclamaba siempre, pero con todo lo que había pasado últimamente era complicado. Sabía igualmente que los caballos estarían muy bien cuidados, pero eso no me tranquilizaba.

-Supongo- sonreí, levantándome con cuidado de la cama. Tomé mi ropa del suelo y entré al baño, que tenía una decoración bastante bonita, como toda la casa. Me vestí y me lavé la cara, sin darme mucha prisa pues en realidad no tenía tantas ganas de irme, aunque sabía que tenía que hacerlo. Cuando estuve lo suficientemente decente como para no parecer una prófuga que se había escapado de casa salí, esperando después a que Ethan se vistiera. Como para hacer tiempo le eché una ojeada a la ventana, mirando la terraza aunque en realidad mi mente estaba distraída en otras cosas: la última vez que monté en Afri, cuando Nahi me contó por qué andaba en muletas y el cómo me imaginé el accidente con Wild, las promesas que me hice de darles una revisión completa a mis caballos antes de montarlos de ahora en adelante y el buen cuidado que pondría en checarlos regularmente. Montse era relativamente nueva y le hacía falta una buena visita al vet, para las vacunas y toda la fanfarria que tuviera que ver con la clínica equina. También recordé lo poco que quedaba de comida en la alacena de mi casa: tendría que ir a comprar más en algún momento, y viendo las pobres condiciones de la cocina de Ethan sería bueno ir algún dia los dos al supermercado. Ahora podríamos hacer muchas cosas más juntos, y después de casados ni pensarlo: estar todo el día con él era un sueño de lo más lindo, y me alegraba mucho que se materializara un poco más a cada segundo que pasaba.

Aproveché el momento en el que Layla entró en el baño para levantarme y terminar de vestirme, calzándome los zapatos también y peinando un poco mi pelo, que para aquellos momentos estaba hecho un caos. Ciertamente, toda la habitación estaba así, similar a las características de una casa que había sufrido el paso de un huracán. Hice una mueca, ya me encargaría de limpiar luego. Evité a toda costa el observarme en algún espejo, ya que seguramente tendría todavía un aspecto lo suficiente soñoliento como para que la simple idea de salir de casa me cayese como una patada en el estómago. Al verla salir del baño le dediqué una sonrisa, mientras dejaba la ropa que había utilizado el día anterior encima de la cama, prometiéndome a mí mismo que recordaría ponerla en el lavarropas antes de dormir.
-¿Vamos?- pregunté, tomando las llaves del auto y acercándome a ella, pasando una de mis manos por su espalda y acercándome para besar sus labios. La idea de separarme de ella seguía pegando fuerte, pero no podía hacer nada al respecto, por ahora ambos teníamos vidas separadas en el sentido de que teníamos una casa, amigos y animales de los cuales ocuparnos. No imaginaba lo que sería cuando viviésemos juntos. Esbocé una sonrisa ante la simple idea de visualizar aquella idea de familia perfecta en mi mente.

-Claro, vamos- asentí con entusiasmo. Respondí su beso con la misma pasión, con la misma entrega y el mismo amor de siempre, algo que estaba dispuesta a darle de por vida, y que estaba segura no me retractaría después. Recargué mi cabeza en su hombro, sintiendo la calidez de él y sonreí, suspirando después. Sonreí mientras caminábamos en dirección a la puerta de la entrada, bajando las escaleras y pasando por la sala de estar. Había pasado apenas un día, un par de horas, desde que había llegado ahí, pero ahora me parecía una eternidad. Y no era de extrañarse, con tantas experiencias y emociones fuertes, claro. Aún sonriendo salimos de casa, entré a su coche y condujo por la avenida hasta llevarme derechito a casa, que parecía haber cambiado por fuera una barbaridad desde la última vez que la vi. ¿Hacía cuanto? Un día solamente y ya me sentía extraña en mi propio hogar. Reí y sacudí la cabeza, despidiéndome de Ethan con un cariñoso beso y entrando después a mi casa.

El camino rumbo a la casa de Layla se hizo ciertamente rápido; más rápido de lo deseado considerando que efectivamente no la vería después de dejarla en su casa. Me detuve justamente en la entrada de su casa, correspondiendo a su beso y dedicándole una sonrisa.
-Cuídate, ¿sí?- le pedí, ensanchando un poco más mi sonrisa y observando su trayecto hacia la entrada de su casa. En cuanto la puerta se cerró volví a encender el automóvil, dirigiéndome a mi casa y llegando ahora con mucha más rapidez de la que había llevado hacia la casa de la chica. Al llegar lo primero que hice fue ordenar un poco mi habitación, poner ropa sucia a lavar y también las sábanas, ocupándome de dejar todo mínimamente prolijo. Luego de terminar eso fui a darme una ducha, disfrutando del agua caliente y eliminando todos los nervios del momento que había pasado anteriormente. Todavía me costaba creer que efectivamente Layla y yo estábamos comprometidos, sin embargo así era, y no había forma de que estuviese más contento por ello. En cuanto terminé de vestirme bajé al piso de abajo, encontrándome con Cooper, el cuál se había mantenido alejado de nosotros en el momento en el que mi acompañante había llegado a casa. -¿Dónde estabas, pequeño?- le reclamé, entre risas, acercándome a darle una caricias. Por la suciedad de su pelaje me dí cuenta que había estado en el jardín, a lo que entrecerré los ojos y suspiré. -Ven, vamos a dar un paseo- lo invité, colocándole la correa y saliendo de casa junto a Cooper. El paseo no fue demasiado largo, aunque sí lo suficiente como para que el can quedase exhausto, así que decidí volver a casa. Observé la hora, todavía era temprano, así que tendría tiempo de sobra para hacer un poco de ejercicio.

Volví algo desanimado y preocupado a casa luego de haber visitado el club. El hecho de que ninguno de mis caballos se encontrasen allí me preocupaba mucho, muchísimo de hecho. Lograba tranquilizarme saber que no se trataba de un robo ni mucho menos, ya que el lugar contaba con vigilancia casi permanentemente y habían sido varios los caballos que había desaparecido, prácticamente todos para ser concreto. Al llegar a casa me quité la chaqueta y la dejé en uno de los sofás, dejando también las llaves en una de las mesas que se encontraban justamente a un lado de la puerta. Cooper apareció en escena prácticamente inmediatamente, a lo que lo recibí con una sonrisa y una abundante dosis de caricias y mimos. Últimamente no le había dedicado demasiado tiempo y me sentía increíblemente culpable por ello, así que decidí remediar ese hecho. -Cooper, muchacho, ¿tienes ganas de darte un baño?- lo invité, riéndome levemente. Hacía un buen día, así que... ¿por qué no? Teniendo una piscina a nuestra entera disposición, me parecía casi un abuso el no disfrutarla en un día como aquél. Y más aún considerando que no contaba con la presencia y compañía de Layla. Y vaya que la extrañaba. Suspiré, dándole unas caricias extras a mi perro antes de subir a mi habitación, dispuesto a ponerme el short de baño para ir a la piscina. Estuve unos pocos momentos encargándome de organizar un poco el lugar, bajando finalmente con una toalla y llamando a Cooper, que vino sin dar demasiadas vueltas, ladrando y moviendo la cola sin cesar. -Sí, ya veo cuán entusiasmado estás- le avisé, riéndome. Salimos al exterior y jugué un poco con él antes de animarlo a tirarse a la piscina, haciéndolo primero yo. -¡Venga, ven!- lo llamé, chasqueando mis dedos. Él dio unas pocas vueltas al rededor de la piscina antes de dar un salto y caer en el agua a mi lado, a lo que me acerqué entre risas a darle algunas caricias. Saqué una de sus pelotas preferidas del bolsillo de mi short, sentándome en el borde de la piscina y lanzándole la pelota, observándolo nadar con una enorme sonrisa. Realmente adoraba a aquél perro, no podía negarlo.