Llegué con Pampa. Nos adentramos en el prado y le quité el bozal, guardándolo en mi mochila y dejando que hiciera lo que quisiera, libremente. Sabía que necesitaba sentirse así de vez en cuando, totalmente libre, un momento donde solo existía él. Sonreí y me fui debajo de un enorme árbol que brindaba sombra, observando a mi precioso semental. Comenzó a galopar, abriéndose paso entre las lavandas que resplandecientes ofrecían un espectáculo difícil de ver en otro lado, realmente precioso. Lo vi cocear, corcovearse y ponerse de manos varias veces, a lo que no pude suprimir una risita leve. Aproveché para estrenar la cámara que me había comprado y la saqué de la mochila, sacando muchísimas fotos, la mayoría de Pampa. Sonreí viéndolas, habían quedado preciosas, y es que en aquél lugar no se necesitaba mucho para que quedaran buenísimas. Luego de un rato pude ver como él se acercaba a mí con un trote ligero, alegre, levantando bien sus patas y moviéndose elegantemente. Lo llamé, silbando. - Ven pequeño -llamé, buscando alguna golosina en mi mochila. Encontré unas cuantas zanahorias, por lo que le dí dos en cuanto se acercó. Se las comió con gusto y acercó su morro a mí, a lo que lo acaricié felizmente. Todavía era difícil de creer que fuera mi compañero, muy difícil, pero me alegraba enormemente.