Estaba ya totalmente tranquila y relajada. Nada pasaba. Nada había pasado y tampoco pasaría nada. Nunca. Me aseguré de que esa idea penetrara bien en mi mente y pareció que lo había logrado, así que me limité a pastar, disfrutando del fresco sabor de la hierba. Ahora, debido a que había estado nevando ésta estaba cubierta por la sustancia blanquecina y fría. Nunca la había probado, ciertamente, nunca había tenido oportunidad de ver nevar en vivo y en directo; pensaba que sería algo más, especial, ya que todos los humanos lo pintaban como algo espectacular, sin embargo era demasiado similar a la lluvia. Le quité importancia mientras seguía pastando, para levantar mi mirada y clavarla ahora en Tornesch, que había hablado. ¿Volver? ¿Por qué? Fruncí levemente el ceño. ¿Por qué se suponía que yo debía volver? Ni siquiera tenía dueño, nadie me controlaba ni se preocupaba por mí. Entendía que él volviese, pues su dueña quizás estuviese algo preocupada por él al no verlo allí, pero, ¿yo? ¿Qué se suponía que iba a hacer en unos boxes, encerrada, totalmente aburrida? Había olvidado, entre todos los paseos, lo que se sentía realmente la compañía humana de la que disfrutaba antes. Ahora, no quedaba rastro de lo que había sido en algún tiempo. Torcí el gesto, suspirando, tampoco era una buena opción quedarme en el prado, y menos con las condiciones climáticas en las que vivíamos actualmente. - Bien -dije, finalmente, cediendo y comenzando a caminar- vamos -exclamé, con poco entusiasmo y sin acabar de esta convencida de lo que decía, pero restándole importancia al tema. No quedaba otra opción, después de todo, no había porque resistirse a lo evidente. Tarde o temprano tenía que enfrentar que no todo sería color de rosas como esperaba.