La playa

Después de estar allí durante un rato largo decidí levantarme y poner rumbo de nuevo a la hípica.

Llegué sonriente junto a Carol a la playa.
Le apreté un poco la mano mientras le dedicaba una brillante sonrisa. Observé el horizonte, el sol se estaba poniendo y aquel paraje resultaba muy hermoso al igual que romántico. Me fijé completamente en Carol, mi cara en ese instante tenía que haber sido muy chistosa, pues solo la miraba a ella, no me ocupaba apenas de mis acciones, me quedaba embobado observándola.
Esbocé una sonrisa mientras giraba mi cabeza y miraba hacía otro lado intentando disimular un poco.
Me acerqué a ella tímidamente mientras pasaba mi mano por su espalda y la besaba muy suavemente en el cuello - Un paraje muy hermoso - Dije después bromista tratando de disimular - Al igual que tu - Añadí a continuación fijándome completamente en ella.

Al llegar observé todo el lugar, maravillada. El camino no había sido demasiado largo, más bien todo lo contrario, junto a Edward se me había hecho incluso el camino un tanto corto. Observé las olas meciéndose lentamente. Pasee mi mirada ahora por el cielo, teñido de unos colores cálidos, variados, ya que faltaban apenas unos momentos para que el sol se escondiera totalmente. Me acerqué a Edward, quedándome a su lado, mientras mi mirada se posaba fija sobre el atardecer. Lograba percibir que él me observaba, sin embargo traté de ignorar ése pequeño detalle. No quería pasar nuevamente una vergüenza como la protagonizada anteriormente ante sus acciones. Sonreí cuando se acercó, rocé su mejilla, acaricié con delicadeza sus párpados y la sombra púrpura de las ojeras. Tuve sus labios entreabiertos debajo de mi mano y sentí su fría respiración en las yemas de los dedos. Suspiré, feliz, feliz de estar allí con él.

Sonreía permanentemente, no podía dejar de hacerlo. Observé fascinado el atardecer, teñido de un naranja intenso pero impresionante.
Esbocé una risita con la boca un tanto abierta a tanta belleza, sí, la de Caroline y la del atardecer.
Paseé mi mirada entre la bella joven y el mar, observando con inquietud las olas bailar.
- Estás muy hermosa - Comenté - Siempre lo estás - Añadí mientras le apretaba un poco la mano pues no quería dejarla ir. La miré fijamente a los ojos en los cuales se reflejaba la luz intensa de atardecer. Aquel momento era perfecto, simplemente por estar con ella.
Le dí un cariñoso beso en la cabeza mientras caminábamos con armonía, despacio, y en paz.

El camino se hizo bastante corto con Tornesch como guía, pues a pesar de todo se me hacían extrañamente divertidos los momentos que pasaba con él. Mis patas se movían con un trote eufórico, teniendo que retroceder varias veces para no adelantarme demasiado, que sería lo mismo que nada, pues no tenía idea de adónde íbamos. No tardé mucho en darme cuenta, en cuanto la hierba dio paso a la arena y lo que antes era un horizonte cubierto de verde, ahora era de un tono azulado, cristalino, donde las olas le daban un toque blanco debido a la espuma al agua. Observé todo, emocionada, maravillada por el lugar. Pasee mi mirada por el cielo, teñido de matices anaranjados y rosáceos, donde el sol lentamente se iba escondiendo. - Tornesch... -balbucee, sin lograr despegar mi mirada de allí- es... es hermoso -titubee con dificultad, parpadeando varias veces. Nunca había visto nada similar.

-Te dije que te gustaría- bromeé, adentrándome unos pasos más hacia la playa. Los finos e infinitos granos de la suave y tersa arena que había ahí cedían ante mi peso, dejando unas marcas ahí por donde mi casco había pasado. La brisa marina acarició con suavidad mis crines y mi cola, moviéndolas como el viento quiso hacerlo; mientras que mi mirada observaba fijamente el horizonte, ahí a un lado por donde el sol enrojecía y comenzaba a esconderse tras las olas, ahí donde el agua se unía al firmamento que tomaba a cada minuto tonos cada vez más intensos y oscuros, señalando el paso del día a la noche. Un paisaje sublime y hermoso, totalmente digno de contemplar; y por el tono de voz de Shaw estuve seguro que ella pensaba lo mismo.

Me quedé pasmada en mi lugar, sin lograr mover un músculo quizás por la impresión de haber conocido un lugar así por primera vez. Finalmente seguí a Tornesch, quedándome unos pasos por detrás, bajando mi cabeza hasta rozar la arena para posteriormente escarbar un poco con mi pata delantera, riendo suavemente, casi para mí. En cuanto la brisa marina sopló, trajo consigo un olor salado que llegó hasta mis fosas nasales, dejando que lo aspirara y disfrutara de él intensamente, grabando todos aquellos detalles en mi mente, sabiendo que nunca se borrarían de mi memoria. El sol, cada vez se escondía más, dejando que llegara a vislumbrarse menos de la mitad de éste. Y lentamente, sin apuro, seguía bajando. Quise decir algo, pero no pude, pues la escena era demasiado hermosa como para arruinarla diciendo algo que, sin lugar a dudas, podría decir en otro momento cualquiera, sin importancia.

Estuve absorto, manteniéndome en la misma posición durante lo que restó del sombrío crepúsculo, hasta que el sol desapareció por completo tras el horizonte. Puesto que la luna aún no hacía su aparición, la tarde-noche estaba en su punto más oscuro, por lo cual era casi imposible del todo ver más allá de mis narices. -Supongo que pasaremos la noche aquí- susurré, hablando en voz baja por temor a romper la quietud de la noche. Poco a poco, las estrellas fueron haciendo su aparición, adornando perezosamente el cielo mientras que la luna comenzaba a brillar. Era noche de luna llena, y al verla aparecer por una esquina del cielo me quedé de una sola pieza: parecía que estuviese amaneciendo otra vez, pues el satélite rocoso cobró un aspecto rojizo aunque no tan grande como el astro rey. Poco a poco se fue elevando y adquiriendo tonos naranjas, mientras que al mismo tiempo iba disminuyendo su tamaño.

El día dio paso finalmente a lo que sería el comienzo de la noche, dejando la playa sumida en una oscuridad intensa, donde estábamos tan solo Tornesch y yo, al menos en aquella zona. Asentí con la cabeza ante su idea de pasar la noche allí, una experiencia inolvidable más. Avancé unos pasos, dejando que mis cascos fueran rodeados por la blanca espuma, sonriendo ante aquello. Levanté mi mirada hacia el cielo, cubierto ahora por estrellas que llegaban a iluminarnos de forma muy tenue, pero aportando la claridad que era necesaria como para que lográramos vernos a nosotros mismos. En el agua, el reflejo de la luna hacía acto de presencia y se posaba allí con claridad, como si de la nada hubiese decidido bajar desde los cielos para nadar un poco. - Ésto es hermoso -repetí, en voz baja, mientras me giraba a ver al semental, enormemente agradecida porque se hubiese ofrecido a darme un recorrido de los mejores lugares.

Solté un relincho apagado, mientras miraba fijamente a la luna cual lobo ofreciendo su repertorio de aullidos a la madre y reina blanca de la noche. Tenía un suave halo rodeándola, a manera de corona, que hacía ver a las nubes cercanas traslúcidas y grisáceas. Sonriendo me tumbé en la arena, a una distancia considerable para que las olas no me arrastraran hacia el mar mientras dormía a pata suelta. -Hay muchos lugares como éste- murmuré, sintiendo que el sueño se apoderaba lentamente de mis párpados después de un día tan ajetreado y tan lleno de cambios como lo había sido el que recientemente había vivido.

Me dí cuenta de que Tornesch se había alejado en cuanto voltee a verlo y no estaba. Esperé un rato antes de ir con él, sonriendo ante sus palabras. - Realmente dudo que haya algo tan hermoso como ésto -concluí, mientras me tumbaba a unos metros de él, dejándole su espacio. Agradecí que no hiciera demasiado frío en la playa, sin embargo, en cuanto una suave brisa golpeó la playa no pude reprimir un escalofrío, tiritando ante el contacto del viento con mi piel desprotegida. No cerré los ojos, me quedé observando todo, acurrucada, paseando mi mirada entre el paisaje y el semental de vez en cuando. No supe si estaba dormido, pues la oscuridad y el tener la vista nublada no ayudaban demasiado para ése propósito. Suspiré, cansada, pero realmente feliz después de todo.

Pude alcanzar a percibir el titiriteo que la sacudió, probablemente ante el frío. Eso me hizo pensar, ver los pro's y los contras de acercarme o dejarla ahí. Seguro, el estar tumbados uno a lado del otro podría interpretarse de muchas y variopintas maneras aunque no todas de ellas me agradaran demasiado, pero tampoco iba a soportar verla pasar frío el resto de la noche. Resoplé con resignación y me levanté con pesadez, para después doblar las patas y poner mi lomo en contacto del suyo, a sabiendas de que así podría brindarle calor.

Ya había comenzado con el proceso de tratar de conciliar el sueño, cerrando los ojos y despejando la mente de ideas, a pesar de que los recuerdos del maravilloso día que había vivido y de los hermosos lugares que había conocido seguían pasado incesantemente a modo de película, a pesar de que cada vez lograba percibir menos los detalles. Noté que Tornesch se levantó, sin embargo no voltee a ver adónde iba, de hecho ni siquiera fue necesario. Sentí que se tumbó detrás de mí, poniendo en contacto su lomo con el mío, a lo que abrí los ojos de forma inconsciente. ¿Acaso había sido tan evidente que aquella brisa había actuado de forma desfavorable para mí? Al parecer sí, pues hasta él lo había notado, estando lejos y sumido en la oscuridad. Suspiré, acomodándome de nuevo, sintiéndome mejor ante el calor que emanaba la piel del semental y que contrarrestaba un poco el frío de la noche. - Gracias -masculle débilmente- buenas noches, Tornesch -dije, finalmente, con voz dulce pero cargada de cansancio evidente luego de haber realizado tantas actividades a lo largo del día.

-Buenas noches, Shawna- susurré, con el mismo tono de voz cansino pero agradecido en el suyo. No tardé mucho en conciliar el sueño, uno reparador que borró de mí todo rastro de sufrimiento al menos mientras dormía, lo que agradecí en el alma. De todos modos no duró mucho, pero las pocas horas que había tenido habían sido más que suficientes para reestablecerme de energías renovadas para continuar con el tour de Shaw.
Me desperté inconscientemente, casi a las primeras luces del alba, que anunciaban y prometían que el día sería bastante bonito y alegre. Me levanté sin apenas incomodar a la yegua que dormía a mi lado plácidamente y me alejé un par de metros, con la cabeza gacha. Todos los pensamientos tristes que me había ahorrado el sueño nublaban ahora mi mente, pero agradecí de todos modos que pasara fuera de la presencia de mi compañera equina. Miré al horizonte con melancolía, pero no con tanta tristeza como lo había hecho justo el día anterior. Mi mejora era evidente, pero no tenía tiempo para pensar en positivo en ése mismo instante. -Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido- murmuré de un modo casi imperceptible, que sólo iba dedicado a mí mismo. Y efectivamente, aquello era cierto. Me lamenté el no haber pasado más tiempo con Indi, todo el que hubiera podido; a su lado. Aquella alegre yegua que con sus ojos alegres y vivarachos era capaz de alegrarme en los más oscuros de mis días, mi fiel compañera en todo momento...que ahora se había ido. Incliné aún más la cabeza, al punto que mi morro rozaba la arena, clavando mis cascos sobre ésta. Reflexioné a fondo y recordé que no valía la pena seguir sufriendo por ella, pero lo mejor sería ver de frente mi problema y enfrentarlo, pues no era de los tipos que se rendían ante todo. No, no iba a ceder, simplemente iba a aceptarlo. Quizá me tardara más tiempo del que me gustase, pero terminaría haciéndolo a fin de cuentas. Alcé la cabeza con ese firme propósito rondándome por la mente, con mis ojos destellando ligeramente con un brillo de esperanza que era alimentado por el naciente sol.

Aquella fue una de las mejores noches que pasé, lejos de todo el estrés de los entrenamientos diarios y los concursos a cada semana. Allí, había disfrutando de sentir la brisa marina despeinarme en cuanto las penumbras dieron paso a los primeros rayos matinales, haciendo que todo cualquier rastro de frío que hubiese pasado durante la noche desapareciera. Ni siquiera noté el momento en el que Tornesch se levantó y se alejó de mí, no hasta que desperté. Al abrir los ojos, lo primero que visualicé fue la figura del equino, algo lejana y borrosa debido a que acababa de abrir los ojos. Me acomodé en la arena, sacudiendo mis crines y levantándome con cuidado luego, caminando hacia el agua para refrescarme, pero justo para el lado opuesto en el que estaba él. No quería interrumpir su momento a solas, donde podía reflexionar sobre todo lo que había pasado últimamente. Salí al trote, pasando al galope luego y yendo por toda la orilla, estirando mis patas ya que las tenía algo entumidas luego de haber pasado con ellas flexionadas toda la noche. Me metí en el agua, quitándome los restos de arena impregnados en el pelaje y esperé un poco antes de volver y acercarme a Tornesch al paso, tranquila, moviendo mi cola de un lado a otro. - Buenos días -le sonreí, colocándome a su lado derecho, pero guardando cierta distancia- ¿cómo dormiste? -pregunté con interés, notando un cambio en él, que esperaba que fuera claramente para bien y no para mal.

Las preguntas de la yegua me sacaron de mis pensamientos, sin que éstos fueran ni buenos ni malos.
-Buen día señorita- sonreí y giré levemente para mirarle de frente. -Yo dormí bien, ¿y tú?- inquirí con un humor visiblemente mejor, pero yo no lo llamaría cantar victoria; simplemente una mejoría en mi estado de ánimo y quizá también de salud, pues bien fuera por el sueño reparador o por el peso que me había quitado de encima paulatinamente tras pensar hondo en la zanja en la que me encontraba, me notaba con más fuerzas que antes.

Le dediqué una sonrisa amistosa y entusiasta al semental, mientras clavaba mis ojos en lo suyos, tratando de descifrar de alguna u otra manera que pensaba, sin éxito alguno. Suspiré, desviando la mirada hacia la arena. - Muy bien -respondí, con un tono visiblemente alegre, disfrutando todavía de el hecho de estar en la playa, de sentir la brisa marina despeinando mis crines y mi cola, y de tener una buena compañía allí- hace un día precioso -observé, levantando mi mirada hacia el cielo y dejándola allí, viendo pasar unas pocas nubes que no significaban gran amenaza, pues no alcanzaban a cubrir ni la mitad del sol fugaz, posado en lo más alto del cielo.

-Sí- asentí con la cabeza a modo afirmativo. Y dado que el sol no parecía ocultarse puesto que casi no había nubes, decidí visitar el bosque viejo, lugar por el cual no habíamos visitado antes y pese a conocerlo sólo a oídas, prometía ser muy interesante. -Aprovechemos la luz del día para viajar a nuestro próximo destino- anuncié sonriendo, con aires de piloto de avión que advierte a los pasajeros el abrocharse el cinturón de seguridad pues el aterrizaje era próximo.

Reprimí un relincho de emoción al oír sus palabras, simplemente asentí con la cabeza, tratando de disimular un poco en el entusiasmo desbordante del momento. - ¡Vamos! -exclamé, saliendo detrás de él con paso apurado, mientras evitaba pensar sobre el próximo lugar. De ésa manera, lo único que lograba era darle vueltas a una misma idea, y a pesar de todo era algo estúpido, pues no iba a descubrir adónde íbamos realmente hasta que llegáramos, y considerando que él no estaba dispuesto a revelar ni una pista, me limité a seguirlo con paso alegre, avanzando con un trote liviano y ligero luego de que nos alejáramos de la playa.

Llegamos al galope junto a Bev, me frené justo donde las olas rompían contra la arena de la playa. Miré a mi amigo con una deslumbrante sonrisa, y dirigiéndola hacia el horizonte.
- Y, entonces... ¿qué te parece? -pregunté con verdadera curiosidad, mientras una suave brisa sacudía nuestras crines, trayendo con sigo el aroma del mar.

llegamos aquí con Llena, la silla de ruedas avanzaba poco a poco por la arena. Aquel lugar era enorme, tenía unas enormes ganas de ponerme a correr por la arena, revolcarme y chapotear en el agua. Llegamos a unos metros de la orilla, yo me puse de manos y subía y bajaba la cabeza un poco bruscamente para que me soltara, estaba nervioso, quería correr

El dulce olor a brisa marina me golpeó de lleno ahí donde el verde césped se tornaba en arena, lo que me hizo sonreír. La playa no era precisamente uno de mis lugares favoritos, me agradaba más el frío aunque no detestara el calor del todo, pero aquel bello paisaje lo convertía en uno de mis lugares preferidos hasta ahora. -No está nada mal- comenté con aires de crítico de la alta alcurnia acostumbrado a saborear de los más exquisitos manjares. Después reí, quitándole la seriedad a mis palabras anteriores. -No, para nada. Está...precioso en verdad- admití, sonriendo.

Lo miré de reojo con aires que señalaban mis ganas de ahogarlo en el mar ante sus primeras palabras. Pero luego cambié de parecer, riendo levemente, como si canturreara, acercándome para darle unos toquecitos cariñosos sobre el cuello.
- ¿Verdad que sí? -miré al mar, luego a él, nuevamente- tranquilo, si te gusta lo frío, el agua lo está -bromeé, empujándolo levemente para que me siguiese al mar.

-Perfecto- relinché con algarabía y entré chapoteando al mar. Tenía razón, en comparación a la arena tibia y a la cálida brisa que revoloteaba por los alrededores, el agua estaba fría. -Yuju- resoplé, moviendo mis patas a modo de un passage no muy bien hecho por la falta de práctica, pero era terriblemente parecido a un buen movimiento de doma.

Reí con ganas al verlo.
- ¿Qué es eso, te quema el agua? ¿no está tan fría? -bromeé, admitiendo que, a pesar de la falta de práctica durante el tiempo que no estuvo con humanos, lo hacía muy bien- siempre tuviste talento nato para la doma... -admití, sonriendo con dulzura y comenzando a chapotear para mojarlo un poco.