Dejé de sentir el cosquilleo del remolque en movimiento sobre mis patas, por lo que me alegré y deseé salir pronto de aquel estrecho, oscuro e incómodo remolque. Había llegado a aquel club hípico. Cuando abrieron la puerta, unos potentes rayos de luz invadieron el interior del remolque, haciendo desaparecer la oscuridad y provocando que tuviera que cerrar mis ojos durante unos segundos, hasta que mis pupilas se acostumbraran de nuevo a la luz del mediodía.
Salí lentamente, atento a dónde pisaba, para no hacerme daño alguno en mis patas y cascos. Cuando noté algo de arena, suelo, me quedé quieto. Levanté la cabeza y erguí mis orejas, atento a todo, inspeccionándolo lentamente con la mirada.
Me dejaron suelto en un picadero. Al ver que el coche se iba, me dediqué a observar cómo éste se marchaba, dejando una densa nube de polvo en el camino. Al dejar de divisar el coche, di media vuelta y comencé a caminar elegante, estirando mis patas, entumecidas por el largo viaje que, como mínimo, había durado toda la mañana.
Al caminar algunos metros, me percaté de la presencia de otro caballo, una hermosa yegua que, por su morfología, parecía de mi misma raza. Me acerqué a ella lentamente, con la cabeza alta. -Hola. Soy Sadik.-Dije, realizando una pequeña reverencia con mis patas. -Y tú eres...-añadí, con una leve sonrisa, alegrándome de no ser el único que se encontraba allí.