La Gran Pradera

Por el rabillo del ojo la pude ver más de una vez esforzarse al máximo, lo que me causó una risa tremenda.
- Já. Eso ya lo veremos - Repliqué con una sonrisa mientras seguía corriendo, y me aproximaba hacia al árbol.
Miré hacia delante, olvidándome de lo demás, centrándome en llegar lo más rápido posible al árbol.
Por culpa de mi concentración, no pude hacer uso de mis sentidos para evitar que Elizabeth saltara sobre para impedir que ganara.
Solté un gemido ahogado y caí al suelo junto a ella. Estallé en risas - Si... ya veo, ya veo - Dije sonriente mientras suspiraba.
La miré por un momento, quizá mas de lo que me podía permitir... Negué lentamente con la cabeza y orienté mi cabeza hacia otro lado, con la intención de poder observar el paisaje que se abría ante nosotros.

Observé cómo el humano, que dijo llamarse Edward, conversaba con la chica que hasta hacía unos momentos, intentaba amigarse conmigo. Me alejé al paso, dejándolos solos, que hablaran tranquilos. Podía saber que Edward estaba muy deprimido, triste. Lo sentía. Lo veía en su rostro. Y ésa era una de mis cualidades. Podía saber cómo era el estado de ánimo de un humano con sólo mirarlo a los ojos, sus expresiones, su forma de caminar.
Encontré un buen espacio con hierba seca y decidí tumbarme allí. Dejé caer mi cabeza, cuello y costado sobre la hierba, estirando mis patas, relajándolas. -Ah...-suspiré para mí mismo, disfrutando de aquél momento como si fuese un potrillo tras pasarse todo el día jugando.

Mi risa fue creciendo a medida que escuchaba a Edward reírse, por lo que en un momento tuve que llevarme las manos al estómago, pues éste comenzaba a dolerme. - Ya, para -pedí, entre risas, como pude; tratando de que se me entendiese algo. Poco a poco logré recobrar la compostura, sin embargo una enorme sonrisa seguía pintada en mi rostro de forma casi automática. Observé a Edward, sonriente, sin poder creer que nos conociéramos hacía tan poco. La confianza ya fluía en mí de una forma un tanto extraña, sin embargo preferí restarle importancia a aquello. Le dí un golpe a Ed en el hombro, despacio, en broma- lo siento, pero todo ésto sucedió por tu culpa -acusé, soltando una risita luego. Sí. Era su culpa por ser tan estúpidamente veloz. Toda la culpa la tenía él.

En todo el prado, no se oía otra cosa que un coro de risas y un pequeño canto de pájaro. Después de tantos segundos, minutos, sumidos entre risas... me recompuse y esbocé una brillante sonrisa.
Traté de incorporarme, pero no podía, a causa del recuerdo del momento anterior, que se reflejaba en mi cabeza una y otra vez. Traté de contener como pude una gran risota. Me apoyé en el codo, medio incorporado, pero con el resto del cuerpo sobre el pequeño espacio de hierba seca.
- Jajaja - Me reí de una forma melódica y armoniosa - Claro, culpa mía. Toda la culpa es mía. Yo he sido el que ha saltado sobre mi mismo al no tener posibilidades de ganarme - Me burlé con un tono un tanto orgulloso, pero bromista.
La miré a los ojos, con afán juguetón y esbocé una sonrisa cristalina.

Le sonreí dulcemente al oír su risa nuevamente, tratando de no sumarme, suspirando; recobrando el aliento. Fruncí al ceño al oír sus primeras palabras, negando con la cabeza. - ¡Pues claro qué es tu culpa! -exclamé, como si realmente fuese lo más obvio del mundo. Lo era, de hecho. No podía negarlo- ¡es que ibas a ganar! ¿Tienes idea de lo que significa éso? ¡Me ibas a ganar! Y éso está mal. Las damas deben ganar. Deberías haber ido más despacio. ¡Deberías haberme dado al menos una posibilidad de alcanzarte! -me quejé, bromista, esbozando una sonrisa torcida, traviesa, burlona- si te salté encima fue porque debía ser justa. Ya que tú no lo eras. ¡Además, mira tus piernas! -mascullé, medio incorporándome, de la misma manera que él lo había hecho- son mucho más largas que las mías. Así puedes ir más rápido. ¿Lo ves? Todo estaba en mi contra. Así no tiene gracia jugar -finalicé, recostándome nuevamente en la hierba, riéndome.

La tranquilidad y el silencio que había en el prado se vio interrumpida por las risas y las carreras de los dos humanos. Me levanté rápidamente y los observé curioso, sonriendo sin saber exactamente por qué. Se lo pasaban muy bien entre ellos. Me preguntaba si yo podría ser tan feliz algún día como ellos lo eran en ese momento. Me acerqué a ellos caminando, con la cabeza casi al rás del suelo, las orejas orientadas hacia ellos y mi cola bien alta, moviéndose de un lado a otro, juguetona. Relinché suavemente y ladeé la cabeza, asombrado por las risas de ambos, observando al humano que continuaba en el suelo, riéndose.

Negué con la cabeza de una forma burlona y simpática - Tiene razón señorita... ha sido muy descortés por mi parte... - Bromeé, aunque no me había portado de buena manera... como era propio en mi.
La miré a los ojos, mientras dejaba que hablara, que se quejara de una forma realmente infantil, pero enormemente graciosa.
¿Que mirara mis piernas? - Sólo te llevo unos centímetros... quizá bastantes centímetros... - Reconocí de una forma verdaderamente graciosa, mientras esbozaba una sonrisa - Pero no es para tanto. Jeje - Me quejé de forma curiosa. - Pero usted tiene razón, señorita - Me burlé - No ha sido muy caballeroso por mi parte - Me disculpé mientras me levantaba de un sólo movimiento - Discúlpeme - Pedí mientras hacia una reverencia de forma graciosa.
Le dediqué una sonrisa brillante, esperando que me disculpara. Pues en el fondo... no me había gustado la "competitividad" que había aflorado en mi, tanto como para perder la caballerosidad.

-Siempre tengo razón- me burlé, esbozando una pequeña sonrisa traviesa, prácticamente juguetona. Lo observé, pasándome una mano por el cabello, alisándolo y quitando algunos restos de hierba que habían quedado enganchados allí en el momento en el que nos caímos. Luego, suspiré. -¿Unos centímetros? No. ¡De ninguna manera! Me llevas unos cuántos centímetros- me quejé, en broma, exagerando bastante pues la diferencia de tamaño de ambos era prácticamente minúscula. Sí, me llevaba unos centímetros, pero eran realmente pocos. Observé atentamente sus movimientos, esbozando una gran sonrisa y negando con la cabeza al ver su reverencia. -Estás disculpado, Cullen- bromee, llamándolo por su apellido para darle algo de seriedad a todo aquello. Sólo esperaba que no creyera que todo aquél reclamo había sido enserio. Sabía perder, y no me costaría nada aceptar que evidentemente él era mucho más veloz que yo, al menos por ahora. Observé al semental árabe que se acercaba, esbozando una sonrisa. -Hola precioso- saludé, desde el suelo aún, atenta a sus reacciones y con una sonrisa imborrable. Había sido un gran día, sin lugar a dudas. Esperaba que los que vinieran fueran iguales.

Esbocé una sonrisa satisfecha al conseguir su perdón.
Pasé la mano por mi cabello de color cobrizo, que ahora mismo se encontraba lleno de pequeños rastros verdes, pequeños trozitos de hierba.
Suspiré y la miré a los ojos - Me alegra tu perdón - Bromeé con una sonrisa pícara e inocente.
Pude notar una presencia junto a nosotros. Era el precioso semental árabe que se acercaba con curiosidad. Esbocé una amplia sonrisa al verlo tan curioso por nuestro comportamiento.
Volví a mirar a Elizabeth y reí, mientras extendía mi mano - Será mejor que te levantes antes de que te engarrotes - Comenté con una sonrisa pícara, buscando una excusa para que se levantara después de haber tomado mi mano para impulsarse.

Relinché contento de que la chica me saludara, según el humano, ella se llamaba Elizabeth y, según había dicho Lizzie, él se llamaba Edward. Ahora ya conocía los nombres de ambos. No sabía si aquello sería algo bueno o malo. No quería saberlo.
Me acerqué despacio a Lizzie, esquivando a Edward. No estaba seguro de por qué era capaz de acercarme a ella con una mínima confianza, sin salir al galope en cuanto ella se moviera. No tenía miedo cuando estaba junto a ella. Sabía que ella no me maltrataría. En mi mente viajaba una y otra vez la idea de ser su amigo, de confiar en ella plenamente, como había llegado a hacer en un tiempo en el que pude ser feliz, algo que hasta ese momento di por imposible y lejano. ¿Realmente podría entregarle mi alma a un humano, otra vez? Esa idea me paseaba por la mente una y otra vez. Estaba confundido. Con Lizzie era diferente. Perdía ése temor. La desconfianza continuaba presente en mí pero el miedo ya no. Aquello me confundía. Supe que en ese momento, lo mejor que hacía era dejarme llevar. Lo que tuviera que pasar, que pasara, que nadie lo impidiera. Que nada ni nadie impidiera que pudiera volver a entregarme plenamente y dar la vida por un humano otra vez, superando la tortura que éstos me habían hecho vivir sin motivo alguno. Volviendo a ser feliz.

Me reí ante lo que dijo Edward. -¿Antes de que me engarrote?- pregunté, entrecerrando los ojos y soltando una pequeña risa. Que gran justificación. Negué con mi cabeza de forma cómica, mientras paseaba mi mirada entre Sadik y Edward, pacientemente. Vi que el semental se acercaba, a lo que sonreí ampliamente; feliz. Feliz por que evidentemente él comenzaba a dejarse llevar, a confiar lentamente en mí. Estiré mi mano, aún desde el suelo, acariciando su morro con suavidad. Posteriormente tomé la mano de Edward y me levanté con lentitud, evitando los movimientos que pudiesen resultar bruscos para el equino, sacudiéndome los restos de hierba que habían quedado en mi ropa. Busqué alguna golosina, únicamente para que asociara mi presencia con cosas buenas, con cosas que resultaran agradables para él. Le ofrecí un terrón de azúcar, acariciando su frente, despacio. La sonrisa seguía presente en mi rostro, pues la felicidad que sentía al ver al semental de aquella manera era enorme. Por alguna extraña razón, sentía algo especial con él. -Poco a poco va confiando- comenté, observando ahora a Edward con una sincera sonrisa, una sonrisa dulce y cargada de sentimiento. También él me caía bien. Muy bien, de hecho. Era muy simpático y sencillamente agradable, y por el motivo de soportar todas mis bromas ya merecía un premio.

Acepté el terrón relinchando y moviendo mi cola, contento. Dejé que me acariciase, mientras yo observaba a los dos humanos, paseando mi mirada entre ellos de una forma algo pícara y juguetona, a la vez que saboreaba el dulzor del terrón. Di algunos pasos con el cuello bajo, colocándome detrás de Lizzie. Sabía que ni miraría hacia dónde iba, dejándome ir por donde me plazca. Sonreí de nuevo, con una sonrisa pícara, muy pícara. Tras varios escasos segundos, levanté bruscamente mi cuello y empujé con mi morro a Lizzie por la espalda, haciendo que cayera sobre Edward sin que pudiera impedirlo de alguna otra forma. Relinché, riendo como hacía mucho tiempo no hacía. Moví mi cola, juguetón, con el cuello alto y la cabeza vuelta hacia atrás, piafando, observando a los dos humanos tumbados en el suelo.

Observé con atención todos los movimientos del semental, al igual que los de Lizzie, la cual iba ganándose la confianza de Sadik, y eso me alegraba. - Sí... - Afirmé casi en un susurro al comentario que había efectuado Elizabeth.
Esbocé una sonrisa al ver al semental coger el terrón de azúcar, al igual que al ver que dejaba sentir el suave tacto de Lizzie.
Todavía tenía pequeños rastros de hierba en los pantalones ¿Cómo diantres era posible?. Me los sacudí con algo de fiereza repentina, pues no me los podía sacar de encima, y no es que me apasione ir de forma "desordenada" por la vida.
Mientras me sacudía en silencio el pantalón, pude observar como el semental se colocaba a la espalda de Elizabeth, que estaba justo detrás de mi.
Suspiré mientras observaba al semental con algo de inquietud. Antes de ver todo negro, pude observar apenas como el caballo árabe empujaba suavemente a Lizzie, haciendo que involuntariamente cayera sobre mi.
Un pequeño grito ahogado corrió por mi garganta, debido a la sorpresa. Y de pronto me encontré bocabajo en el suelo, tumbado con un suave peso sobre mi.
Me giré con suavidad al notar como el peso se desplazaba lentamente hacia un lado, quizá con la intención de no incomodarme contra el suelo. Pude observar a Elizabeth tumbada junto a mi, en el suelo. Esbocé una sonrisa llena de confusión, pero simpática y amable a la vez.
La miré a los ojos, con algo de preocupación por si se hubiera hecho daño en la caída - ¿Te-te... te encuentras bien? - Pregunté con una media sonrisa dibujada en mi rostro, mientras me acercaba a ella e inconscientemente nos incorporábamos hasta quedarnos sentados.
Reí con suavidad mientras la miraba a los ojos y le colocaba detrás de la oreja un sedoso mechón que se había interpuesto en su visual.

Dejé que Sadik se moviese tranquilamente, pues con el poco tiempo que llevaba con él podía confiar en que no tendría una mala reacción a pesar de la desconfianza con la que se manejaba. Posé mi mirada en Edward; de forma casi distraída, sin darle la menor importancia a que el equino se hubiese colocado justamente detrás de mí. Pero ése, sin lugar a dudas, fue un gran error. Apenas tuve tiempo para reaccionar en cuanto sentí el morro del semental rozar mi espalda, pues ni siquiera logré darme vuelta para ver que quería, o que haría. No. Él fue mucho más rápido, como era de esperarse. Sentí como ejercía fuerza, haciendo que involuntariamente mi cuerpo se desplazara hacia adelante. Adelante, donde estaba Edward. Únicamente atiné a colocar mis brazos delante, tratando de frenar un poco la caída, de no dar de lleno con el cuerpo de él. Afortunadamente logré establecer cierta distancia en cuanto caímos, observándolo a él. El rostro me ardía, no tenía claro porqué razón, aunque creí adivinar que seguramente estaría teñido de un color carmesí poco disimulable. Acabé optando por lo mejor, por lo más rápido: me hice a un lado, quedándome nuevamente tendida en el suelo junto a él. Solté una pequeña risa, negando con la cabeza y colocándome las manos en el rostro, tratando de eliminar el bochorno de la situación. Me incorporé, sentándome en la hierba, observando al caballo. -Oye- lo llamé, quejándome, dirigiéndole una mirada a la que no hacía falta añadir más palabras. Luego lo observé a Edward, esbozando una sonrisa. -Estoy bien- aseguré, ya más tranquila. -Después de todo fui yo la que te caí encima, y no estoy segura de ser excesivamente liviana. ¿Tú? ¿Estás bien?- pregunté, observándolo. No logré percibir ningún signo de que se hubiese hecho daño y, físicamente, estaba más que bien. Le agradecí que colocara aquél mechón rebelde que se había separado de los demás detrás de mi oreja, esbozando una sonrisa algo tímida, por primera vez en todo aquél día.

Dejé de reírme cuando ambos volvieron a sentarse en la hierba. Orienté mis orejas hacia ellos, caminando hacia Lizzie. Bajé mi cuello, acariciando con mi morro su hombro cariñosamente. Realmente, hacían buena pareja los dos, aunque no era quién para entrometerme entre ellos, apenas se conocían. Relinché y esperé a que se levantasen. ¿Qué mejor que una ayuda bromista? Me tragué las risas que querían salir de mi garganta, observándolos. Al fin y al cabo, quizá lográramos llevarnos bien. Aquello podría ser uno de los primeros momentos felices que nunca olvidaría y me alegraba que en ellos apareciera un humano, exáctamente dos. Sonreí, estaba feliz y había hecho que ellos también lo fueran, sobre todo por el humano que, poco a poco, había vuelto a reír y la tristeza que antes tenía era casi inapreciable, aunque en el fondo continuara clavada en su mente y en su corazón.

Observé como Sadik se divertía ante la escena que formábamos Lizzie y yo. Se estaba divirtiendo a nuestra costa. Esbocé una sonrisa pícara. Deberíamos tener unas pintas horribles.
Me sacudí el pelo de color cobrizo, con la intención de que desapareciera cualquier rastro de la fina hierba.
- Mejor que nunca - Aseguré con una sonrisa mientras me levantaba y me sacudía - Hoy hemos pasado casi todo el día a ras del suelo - Bromeé con simpatía.
Extendí mi mano, una vez más. Quizá parecería caballeroso. Un punto a mi favor.
Ya de pié, reí, pero tratando de contener un poco dichas risas. En mi cabeza se proyectaba una y otra vez la escena, aunque no pudiera ver mucho... había sido muy graciosa y divertida.
Sonreí de una forma tímida mientras observaba a Lizzie, que después de levantarse se había llenado toda de pequeños ciscos verdes - Te has puesto perdida - Me quejé de una forma simpática mientras me acercaba a ella y suspiraba lentamente. Extendí mi brazo hasta alcanzar su cabello, donde descansaban pequeños ciscos, al igual que en sus hombros.
Me giré levemente hacia Sadik y una sonrisa brotó en mi rostro. De nuevo miré hacia Elizabeth y esbocé una sonrisa pícara.

-No creas que vas a solucionar todo así- bromee, a Sadik, al ver que se acercaba hacia mí. Sin embargo, acabé cediendo y dejando de lado aquella supuesta frialdad con la que debería tratarlo ante algo así, estirando mi mano y acariciando su cuello por unos momentos. Observé ahora a Edward, que seguía tratando de quitarse todo el resto de hierba que había quedado enredada en su cabello, sonriendo de forma divertida ante aquella escena, en la que el muchacho se limpiaba con tanta vehemencia. -Ni que lo digas- respondí en cuanto mencionó que habíamos pasado casi todo el día a ras del suelo. Me reí levemente. -Sin mencionar que en todos esos momentos caí encima de ti- me burlé, en broma, negando con la cabeza mientras veía que me tendía la mano. Estiré la mía, usándola únicamente como punto de apoyo para levantarme, quedándome finalmente a su lado. Fruncí levemente el ceño al oír lo que dijo. -Aún con toda ésta hierba encima soy guapísima- bromee, como si de verdad pensara éso. Ayudé a Edward, comenzando a saltar y moverme con poco cuidado, quedando finalmente limpìa. -Así es más fácil- aseguré, mientras esbozaba una sonrisa y soltaba una risa, sin querer reprimirla.

- Claro. No nos podemos olvidar del detalle, de que todas las veces has caído sobre mi - Bromeé de una forma simpática. Si que había caído todas esas ocasiones sobre mi... pero había sido divertido, y tampoco Elizabeth pesaba demasiado. Aquellas escenas no me habían incomodado... incluso me podría atraer esa idea... de forma que cayéramos los dos juntos, a la vez.
La observé con inquietud, preguntándome porque se me pasaban por la cabeza, una y otra vez, las veces en que habíamos caído los dos juntos.
Negué con la cabeza, tratando de sacar de mi cabeza las inquietudes y esa sensación rara que me obsequiaba al observar a Elizabeth.
Me giré hacia ella cuando habló, hasta poder contemplarle el rostro por completo - Claro, claro... guapísima - Bromeé ante su misma broma. Lo cierto... es que de alguna manera... si que le quedaban bien los pequeños ciscos verdes, incluso se veía ¿hermosa?
Fruncí el ceño ante la mezcla de sensaciones en mi ser. Pero acto seguido le dediqué una sonrisa a Lizzie y el semental.

-Pequeño detalle- puntualicé, esbozando una mueca casi imperceptible para el que no prestase demasiada atención en percibir aquellos gestos. Acabé por librarme de cualquier resto de suciedad que pudiese haber quedado adherida a mi cabello o a mi ropa al haber caído, suspirando finalmente y observando a Edward. Sonreí ante lo que el dijo. -Guapísima- exclamé, burlona, negando con la cabeza. Sabía que no era así, sobraba decirlo. Además, tampoco esperaba que él me apoyara en algo tan... Poco cierto como lo era aquello. Suspiré.
-Y pensar que nos acabamos de conocer. Si éste es el primer día que pasamos juntos y ya nos ha pasado todo ésto, ¿te imaginas cómo serán los demás?- pregunté, soltando una risa ante la simple idea. No, no imaginaba que tan descabellados serían los demás. Seguí observando al chico, directo a los ojos, con cierta curiosidad. Parecía estar olvidando aquello que tan mal le ponía; al menos por ahora.

- No quiero ni pensar todo lo que se arrastrará mi rostro por el suelo a partir de ahora - Bromeé con cierta gracia y simpatía.
Me llevé una mano a la mejilla, mientras la palmeaba con cierta delicadeza y dramatismo - Ohhh. Pobre de mi - Bromeé con un tono cargado de drama, como era mi intención. Esbocé una sonrisa burlona mientras negaba lentamente con la cabeza.
Suspiré. Busqué con la mirada algún lecho de flores cercano. Ahora que la nieve emprendía su marcha, podía aprovechar a tumbarme y descansar, y no tener que preocuparme de mojarme el trasero.
Me acerqué hasta uno. Un pequeño lecho de flores violetas suaves. Suspiré y me senté de una forma algo bruta con un toque infantil. Quizá era por efectuar una pequeña gracia ante Elizabeth... o que estaba demasiado cansado para comportarme como correspondía.
Suspiré. Alcé la vista hasta el cielo, que ahora que las nubes marchaban, se teñía de un azul intenso.
Miré a Lizzie, la cual paseaba su mirada entre Sadik y yo. Esbocé una media sonrisa y palmeé el suelo junto a mi, con la intención de que Lizzie lo viera. Me reí por lo bajo.
Acabábamos de levantarnos... pero después de aquél día... probablemente deseaba pasar el resto del día en tranquilidad y acompañado.

-¿Pobre de ti?- pregunté, enarcando una ceja mientras posteriormente ladeaba mi rostro, observándolo con fijeza. -Bueno; puedo dejarte en paz siempre que quieras. Aún estamos a tiempo- aseguré, cruzándome de brazos y apoyándome en un árbol. Esperé una respuesta, observando como se sentaba de manera poco delicada unos metros más lejos. Reprimí una risa. Esperaba una contestación aún, y hasta no recibirla, no daría ninguna muestra de que evidentemente era una broma. No es que fuera justamente una actriz genial, sin embargo, estaba segura de que no lograría darse cuenta de que estaba bromeando. Mi rostro lucía serio y mi postura daba qué pensar, pues estaba rígida y lo observaba con demasiada fijeza. Luego de un rato, después de recibir respuesta me reí, yendo hacia él y sentándome a su lado, dejándome caer; recostándome en aquél lugar. Flexioné las rodillas, observando el cielo azul y viendo algunas pocas y esponjosas nubes que surcaban en el cielo sin apuro alguno, despacio. Sonreí y suspiré. A éso le llamaba yo tranquilidad; sin duda alguna.

- Sabes que tampoco quiero que me dejes en paz - Repliqué con un tono inocente.
Suspiré y la observé con curiosidad. Estaba recostada en el lecho de flores moradas, mientras que yo permanecía quieto y en silencio, sentado junto a ella.
- Lo cierto es que le morado también te va bien - Comenté con una media sonrisa en mi rostro. Supongo que mi apariencia en ese instante era distraída. Cogí una flor morada y la observé con curiosidad. Era realmente hermosa y a la vez sus pétalos eran suaves.
Esbocé una sonrisa y negué pícaro con la cabeza, mientras me tumbaba junto a ella, y soltaba un leve suspiro.
Alcé la vista hacia el cielo, y respiré profundamente. Agradecía un poco de aire puro para mis pulmones.
Levanté la flor hasta colocarla a mi vista y después suspiré mientras extendía el brazo hacia Lizzie - Para ti - Dije con un tono inocente mientras ladeaba mi cabeza para observar su expresión - Como ya te dije... te sienta bien el morado - Reí.

-No. No lo sé- le contesté, encogiéndome ligeramente de hombros. Seguidamente esbocé una pequeña sonrisa, acomodándome mejor en aquél lecho de flores. Inhalé profundamente, dejando que el delicioso aroma de aquellas flores me invadiese. Me distraje y únicamente la voz de Edward logró sacarme de aquél ensimismamiento, por lo que lo observé, sonriendo nuevamente por aquél halago. -Vaya, gracias- mascullé, mientras observaba lo que hacía, y veía como arrancaba una de las flores que estaba por allí. Sonreí nuevamente, aceptando su flor, tomándola con mi mano y asintiendo con la cabeza. -Gracias, caballero- estiré mi mano, tomando la flor y acercándola hacia mi nariz, degustando aquél delicioso aroma. -Éste lugar es hermoso- observé, mientras dirigía nuevamente mi mirada hacia el cielo, pensativa.

Observé cada movimiento y palabra que pronunciaban los dos muchachos. Sonreí ampliamente, satisfecho por la pequeña broma de antes. Observé las miradas que ambos se dirigían el uno a otro. Fijé mi mirada en el rostro de Lizzie. Ella paseaba su mirada entre Edward y el cielo, con una dulce mirada. Sus ojos brillaban al igual que dos solitarios luceros en el cielo nocturno. Desvié ahora mi mirada hacia Edward. Sus ojos brillaban, al igual que los de Lizzie, y no de una forma normal. Observé las miradas que se dirigían el uno al otro, sua gestos, sus palabras, sus sonrisas...
Sonreí de una forma pícara, sacudiendo mi cuello y mi cabeza, paseando mis crines de un lado a otro de mi cuello. Bajé mi cabeza y comencé a pastar la fina hierba que asomaba entre la espesa nieve. No perdí de vista a los dos chicos, observando cómo Edward le regalaba una hermosa flor morada a Lizzie. Sonreí, negando con la cabeza mientras continuaba pastando.

- Denada, señorita - Respondí de una forma graciosa mientras le entregaba del todo la preciosa flor morada.
Suspiré mientras dirigía una leve mirada a Sadik, el cual nos observaba con curiosidad y una sonrisa pícara en su rostro. Negué con la cabeza lentamente, siempre con una sonrisa.
Me llevé las manos al rostro y lo oculté durante unos instantes, pensativo. Desenterré mi rostro de entre mis manos e inhalé profundamente. A continuación me puse las manos en la nuca, como si formaran una dulce almohada en la que recostarse.
- Sin duda alguna, lo es - Accedí ante su comentario. Ella tenía toda la razón. El lugar lucía entre pequeños destellos a la luz del sol, a causa de las gotitas de la nieve, que brillaban por la luz solar.
Suspiré satisfecho mientras dirigía una miranda un tanto misteriosa a Lizzie. A continuación me reí por lo bajo, sin causa aparente.