Llegué a los boxes junto a Maris y a Totilas. Estaba agotada tras la acampada y la muerte de Alidar me afectó mucho. Observé atentamente los establos, como si fuera la primera vez que los veía. El volver a la rutina de siempre me deprimía un poco pero intenté no pensar en eso y centrarme en mis dos hermosos caballos. Dejé a cada uno en un box, después, me acerqué al box de Maris, acariciándole, sacando de mi mochila varios cepillos. Comencé a cepillar todo su pelaje hasta dejarlo suave y brillante para luego comenzar con las crines y la cola. Las desenredé hasta que quedaron totalmente suaves y, para asegurarme, pasé mis dedos por ellas, atenta a que no se quedaran enganchados entre ellas. A continuación, continué con sus cascos hasta dejarlos totalmente limpios. Limpié su box y le dejé comida y agua fresca. Lo tapé con una manta para que no tuviera frío. -Ya está.-dije, dando por terminada la tarea.-Ya estamos de nuevo en casa...-añadí, con una sonrisa cariñosa. Le di un terrón de azúcar como recompensa y le di un beso en la frente. -Hasta luego, pequeño, ahora me voy a ver a tu potrilla-Le dije graciosa, acariciándole el morro. Salí de su box me dirigí al de Totilas para repetir la misma acción que con Maris. Con Totilas no me entretuve tanto a la hora de desenredar sus crines, por lo que no tardé mucho en terminar. Salí de su box y fui en busca de el de Tormenta, no muy lejos de donde estaban mis caballos.
Al llegar, me asomé por la puerta del box con una sonrisa, buscando a Ginger. Acaricié a Tormenta y a Ginger, riéndome al ver cómo la pequeña potrilla se acercaba a mí, curiosa, y comenzaba a mordisquearme los dedos. Aquella potrilla hacía que en cualquier momento, por muy malo que fuera, una sonrisa se me dibujara en la cara y conseguía que me olvidara de todo lo que ocurría alrededor. El estar entre caballos hacía que el sueño que tenía desde pequeña, desde que tenía uso de razón, se cumpliera, estar entre aquellos hermosos e increíbles seres me hacía enormemente feliz. Ellos se convertían en unos grandes amigos con sólo estar unos minutos junto a ellos; ellos me comprendían, me escuchaban y hacían que fuera enormemente feliz, pero al llegar aquella potrilla, esos pensamientos crecieron aún más y el amor que sentía por aquellos seres fuera mucho más intenso que antes, hasta el punto de no saber cuánto. Era algo inexplicable para los que realmente no sentían lo mismo que yo, algo que en el fondo me decepcionaba ya que no sabían lo que se estaban perdiendo. Cuando me pasé un rato con Ginger, me fui de los boxes, también tenía que cuidar a mi perrita, Linda, que hacía mucho tiempo que no veía...