Levanté durante unos momentos mi cuello y mi cabeza, de forma que Lizzie no pudiese colocarme la cabezada. Bufé aparentando cierta pesadez, a la vez que bajaba nuevamente el cuello, dejando que Lizzie consiguiera colocarme la cabezada y, acto seguido, atarme con el ramal. Relinché suavemente cuando Lizzie me cepilló, viebdo ahora mi pelaje reluciente, como hacía mucho tiempo que no lo veía.
Dejé que desenredase mis crines y cola y que me limpiase los cascos, algo que me encantó, que me hizo sentir como nuevo.
Aún no me creía que tuviese dueña, que un humano hubiese sido paciente conmigo, regalándome su tiempo y preocupación. Sabía que a cambio yo le daría a Lizzie todo lo que ella necesitara y yo pudiese dárselo, que le entregaría mi alma, haciéndole un hueco junto a Dajah en mi corazón. Que daría mi vida por ella. Esperaba compartir muchos momentod junto a ella, tanto buenos como malos, viviendo muchas anécdotas que nos encantase recordar más tarde. Sonreí al pensar en todo aquello. El simple hecho de imaginarlos me hacía feliz.
Observé a Lizzie mientras ella cepillaba a Dajah, dejándola aún más hermosa de lo que ya de por sí era. Desde el primer momento, se formó una gran conexión entre Lizzie y yo; formábamos un gran equipo, teníamos fe ciega el uno hacia el otro y, sobre todo, éramos unos grandes amigos, amigos de los que apenas existen, de ésos que se pueden contar con los dedos de una mano, a pesar de que fuésemos de especies distintas. Ella humana y yo, caballo. Quizá extraño para terceras personas, pero para nosotros algo normal, algo posible y que estaba ahí.
Navegando entre aquellos pensamientos, me percaté de que Lizzie se dirigía a mí. Caminé hacia ella, sacando mi cabeza y cuello del box, relinchando. Escuché su pregunta, levantando mi cuello al máximo para asentir con la cabeza, a la vez que relinchaba, dando a entender que me apetecía salir un poco con ella. Estaba deseoso de entrenar, hacía mucho que no iba a un picadero o me daban cuerda. Miré el comedero y el bebedero del box, llenos de comida y agua fresca, sintiéndome estúpido por no haber comido un poco, ya que hacía días que no me alimentaba en condiciones. Aún así, no me arrepentí de haberme privado de aquel alimento, más bien, me alegraba, porque no cambiaría aquellos pensamientos que había tenido anteriormente por nada.