Me pidió la transición al trote, enseguida y casi de inmediato, levanté el paso, potente, ágil y ligero a la vez. Cuando me dijo que parase, fui suavizando el paso hasta llegar a pararme. Éste se acercó, me acarició y en cuanto olí el dulce del terrón de azucar, giré mi cabeza y el cuello hacia su mano.
De nuevo, y después de un par de minutos de descanso, retomé el paso, esta vez al galope. Me encantaba la sensación de tocar por milésimas de segundos la arena, notar el humo que expulsaba el tocarlo, y el aire meciendo mis oscuras crines.