Llegamos a los boxes, la chica me colocó en uno vacío y comenzó a cepillarme. Disfruté de ver como se preocupaba por mí. Antes, en mi antiguo hogar, me brindaban todos esos cuidados, pero por obligación. Mi antigua dueña al principio disfrutaba estando conmigo, pero luego, pasados los años solo parecía una carga. Me montaba porque tenía que hacerlo, me alimentaba porque tenía que hacerlo, y me cepillaba porque tenía que hacerlo. Sus palabras hicieron que mi corazón latiera rápidamente. ¿Era suyo? ¡Tenía una dueña! ¡Por fin iba a tener una dueña que de verdad se preocupase por mí, que me montara por gusto! Me tranquilicé, había tenido miedo antes, miedo de pensar en que manos podía caer. Ahora veía un futuro realmente bueno para mí. Daría todo lo que estuviera a mi alcance para complacer a aquella chica. Asentí con la cabeza efusivamente al escucharla, tenía ganas de salir de allí, tenía ganas de correr.