Vi que Dajah caminaba por la orilla, unos metros detrás de mí. Realmente, con sólo verla, la tierra ya no era la que me sostenía, era ella. Sacudí mi cabeza para regresar al mundo y desvié mi mirada hacia el mar. Observé cómo las olas nacía, crecían y morían al llegar a la orilla, convirtiéndose en densa espuma blanca. Caminé unos pasos hasta que el agua acariciaba mis patas. Me quedé totalmente quieto observando el horizonte, con las orejas erguidas, mi cola alta pero relajada, mi cuello alto y mis cuatro patas totalmente paralelas unas a otras, formando un rectángulo totalmente perfecto. Absorto en mis pensamientos, continué caminando hacia el mar, hasta que las olas rozaron mi vientre. Volví una de mis orejas y, acto seguido, mi cabeza, buscando con la mirada a Dajah, que continuaba en la orilla. Le regalé una dulce sonrisa y volví a observar el horizonte. No entendía a mis sentimientos. ¿Realmente estaba enamorado de Dajah? Bufé confundido conmigo mismo y paseé de nuevo mi mirada por toda la playa, hasta donde mi vista alcanzaba a ver. Cerré los ojos e inhalé la suave y pura brisa que corría. Al estar dentro del agua, un escalofrío recorrió mi cuerpo, avisándome de que el agua estaba helada, como era normal en invierno. Me di media vuelta y troté para llegar lo antes posible a la orilla, levantando mis patas al máximo, con el cuello bien alto, los ollares bien abiertos y las orejas rectas, orientadas hacia delante. Al llegar a la orilla, me encontré con Dajah. Sonreí y me acerqué más a ella. -Este lugar transmite mucha paz. Es muy tranquilo.-dije, rompiendo el hielo. Inhalando y llenando mis pulmones de aquel aire tan puro, para después vaciarlos con un fuerte suspiro.