Bajé el cuello, observando atento cada paso, cada movimiento, cada mirada que me dirigía la chica. Con el cuello aún bajo, mirándola de reojo, avancé algunos pasos, caminando hacia la zanahoria. Parecía deliciosa. Deseaba comerla, pero me resistí, levantando la cabeza y trotando en círculos, como si una barrera invisible me impidiera avanzar hasta conseguirla. Le dirigí una mirada a la chica, volviéndo al trote, con el nerviosismo característico en mi raza. Arqueé mi cuello, acercándo mi morro hasta la zanahoria, que continuaba inerte en el suelo, esperando a ser comida. Con ayuda de mi pata delantera derecha, moviendo la cola, juguetón, fui acercando la zanahoria hasta mi, comiéndola ahora más tranquilo. Relinché victorioso, levantando el cuello para, a continuación, realizar una levada y continuar piafando sin desplazarme ningún lugar, con unos hermosos movimientos, acompañados de mi cola, siempre alta, que se paseaba de un lado a otro.