Miré a los caballos ir y venir por todos lados, no sin cierta melancolía. Aquella humana que por algún tiempo había cuidado de mi ahora se había ido, y sólo Dios sabía a donde. Relinché con desdén mientras olisqueaba con curiosidad el seguro de la puerta de mi box, arrastrándolo lentamente con el hocico hacia la izquierda por donde parecía abrir. Se atoró con algo, pero no me pregunté por qué pues recordé que los humanos abrían la puerta por fuera y no por dentro, por lo que estiré el cuello y doblé la cabeza, moviendo el morro para desatascar el tornillo y abrir la puerta tras muchos intentos. Resoplé de placer al sentir mis patas desentumirse mientras salía del box, trotando después a lo largo de todo el pasillo, sin saber muy bien a dónde iba.