Llegué a los boxes con entusiasmo renovado, ya que tenía esperanzas de encontrar algún caballo a la venta que cumpliese mis expectativas. No buscaba nada del otro mundo, éso estaba claro. En parte porque mi poder adquisitivo no era nada del otro mundo, siendo sincero y conciso. Ingresé a los establos, observando que todavía había pocos caballos, prácticamente ninguno. Suspiré pensando en Ana y en lo mal que lo debería estar pasando, pese a disimularlo, con el tema de la desaparición de sus dos caballos. Me liberé de todos aquellos pensamientos, dirigiéndome a uno de los tablones de anuncios con caballos a la venta que se encontraban en los boxes. Allí figuraban los nombres y el precio de los caballos, así como su raza, edad y alguna que otra característica especial como la disciplina que practicaban y en qué nivel estaban. Habían varios que podían llegar a servirme, considerando lo que buscaba, sin embargo el precio se iba bastante más lejos de lo que podía pagar. Hice una mueca, tratando de buscar alguna solución rápida a aquél tema del maldito dinero. Lo único que se me ocurría era el poder pagar con trabajo, haciendo de mozo de cuadra o de lo que necesitaran en los establos. De todas formas antes de hacer algo tendría que probar a los caballos, así que visité los boxes de éstos, dirigiéndome como último al de Taloubet Z. Era un gran caballo y eso se notaba, buena alzada, sin historial de lesiones y que estaba saltando una buena altura. Me apoyé en la puerta del box del susodicho, esbozando una sonrisa ladeada. -Hola, compañero- saludé, con voz animada y simpática, tranquila dentro de lo posible. No me moví más que para ofrecerle una golosina, estirando mi mano dentro del box. -Eres precioso, ¿te lo habían dicho ya? Seguramente que sí, no lo dudo- me reí un poco, levemente, todavía observando al precioso y esbelto caballo.