Oh, los establos. Al fin. ¿Cuántos días había estado deseando poder dormir en el cómodo lecho de mi box de nuevo? Miles. Durante todo el tiempo que habíamos estado ahí fuera, en el bosque, retenidas, no había pasado un momento en el que no hubiese pensado en el club, en mi hogar. Puede que antes, en otros tiempos, hubiese deseado salir de aquellas cuatro paredes y saborear la semi-libertad, pero ahora sabía valorar lo que tenía. Le di un suave toquecito cariñoso con mi morro a Maris antes de irme en dirección a mi box. Seguía intacto, tal y como lo dejé. No habían cambiado el lecho, pero realmente no me importaba en lo más mínimo. Miré ahora a Ginger. Ahora había crecido; ya era toda una yegua, por mucho que me doliese aceptarlo. Probablemente, ambas no entraríamos en un mismo box como lo hacíamos antes. Ahora cada una debería tener uno propio. La miré con algo de tristeza al pensar en aquello, pero no había otra opción. Separarme de mi dulce potrilla para que ahora se convirtiese en una yegua; hiciese su vida y, sobre todo, fuese feliz. Doloroso, pero cierto. Aunque estaba más que segura de que más de una vez nos escapásemos las dos por ahí para charlar un rato. Me acerqué a ella y le di un fuerte abrazo con mi cuello. -Ginger.-susurré su nombre, con una gran ternura fácilmente apreciable en el tono de mi voz. -Supongo que ahora que ya eres adulta, probablemente varias cosas cambien. Entre ellas, por ejemplo, te asignarán un box, te domarán, e incluso, puede que pronto tengas un dueño.-expliqué, haciendo de tripas corazón para no llorar. No era fácil decir todo eso, pero no había más remedio. -Ven, busquemos a algún jinete o mozo que te lleve a tu box.-comenté, mientras paseaba mi mirada por todo el lugar, buscando a algún mozo que estuviese libre y dispuesto a ocuparse de nosotras. Éramos tantas, que no habían mozos suficientes, pero esperaba que tarde o temprano, alguno reparase en nosotras y entendiese lo que sucedía. Mientras tanto, me quedé junto a mi hija, contándole varias cosas que probablemente le ocurrirían dentro de poco y que debía tener en cuenta. Probablemente, su doma sería lo que más pronto le ocurriese, así que comencé a explicarle todo ese tema, qué debía hacer, qué querían decir las señales y órdenes que le darían los humanos, además de explicarle que no se pusiera nerviosa ni se asustase con ciertos objetos. Probablemente, todo lo acabaría aprendiendo en su momento, pero al menos, conseguía que mi hija se hiciese una mínima idea de cómo sería todo. Al fin y al cabo, es mejor estar algo más preparado que es estar sin tener ni idea.