Tormenta:
El sonido de los cascos de un caballo me sobresaltó, y más aún el ver que Maris se levantaba rápidamente. Me levanté también, mirando hacia todos lados, siguiendo con mis orejas todos los sonidos que me llamasen la atención. Me coloqué junto a Ginger de forma casi automática, para protegerla. Mi rostro era la viva imagen de la preocupación. A los pocos segundos, vi en la lejanía una silueta de un caballo negro, negro azabache, al igual que yo, pero sus ojos celestes me llamaron muchísimo mi atención. Pronto éste se acercó y Maris se colocó delante. Al ver lo que el semental de ojos celestes le hizo, provocó que me estremeciera do sólo pensar el daño que le había causado. -¡Maris!-grité, asustada, queriendo protegerle pero a la vez queriendo proteger a Ginger. No sabía qué hacer. -¡Déjalo, nos buscas a nosotras, no a él. Déjale en paz. No le hagas nada!-le grité al semental negro azabache. Me levanté sobre mis dos patas traseras y me dispuse a darle un fuerte golpe en su pecho, pero Maris se adelantó. No serviría de nada lo que estaba haciendo por nosotras, pero se lo agradecía. Me acerqué un poco a Maris, mordiéndole las crines suavemente. -No, Maris, no servirá de nada. Será mejor que te vayas, nosotras estaremos bien, no te preocupes. Nos quieren vivas, no podrán hacernos nada. Ahora vete, busca ayuda, pero no te quedes aquí, nunca me perdonaría que te ocurriese algo por intentar salvarnos.-Le dije, tratando de que me escuchase, me entendiese, sin dejar de mirar al semental que acababa de hacerle aquella herida en la pata. La furia y rabia que ardía en mi interior podía verse reflejada en mis ojos. Sacudí la cabeza y bufé, levantándome sobre mis patas traseras y soltando un relincho, clavando la punta de mis cascos delanteros en la cruz del semental. -Y a ti más te vale no hacerle nada a mi familia o tendrás que vértelas conmigo. Soy yegua pero también puedo hacerte daño. Mucho.-le dije, bufando después.
Dark Night:
Noté cierto movimiento en el bosque. Estaba solo, como siempre. Había un grupo de caballos, caballos de cuadra. Mi manada los estaba rodeando. Me acerqué galopando para ver mejor. La mayoría eran yeguas, sólo unos pocos estúpidos sementales de cuadra estaban allí, protegiendo a sus parejas. Reí, viendo la estupidez que estaban haciendo. No podrían luchar contra mi manada, no les serviría de nada. Miré a mi alrededor y pude divisar a un semental blanco con una yegua. Estaban lejos y nadie los había visto. "Tengo que ir a por aquella yegua. No me será difícil librarme del macho." Pensé, comenzando a acercarme a ellos al galope, saltando algunos arbustos que se interponían en mi camino. Al acercarme más a ellos, me coloqué en un lugar en el que no me pudiesen ver. Mi pelaje negro me ayudaba, siendo de noche apenas se me podía ver. Bufé, dejando salir de mis ollares una nube de vapor. Me acerqué a la yegua, despacio, en silencio. Reí y miré al semental de reojo. Sabía que no se quedaría ahí quieto mucho tiempo. -Hola, hermosura,-le dije a la apaloosa, con un tono bromista, riendo después. -Vete con las demás, rápido.-le obligué, con la voz seca, empujándola con mi pecho hacia atrás, alejándola del semental, atento por si éste se adelantaba a hacerme algo. -Y tú, vete de aquí.-añadí, mirando al caballo blanco, viendo cómo su pelaje relucía con la plateada luz de la Luna. -Si no quieres que te ocurra algo, más te vale desaparecer rápido.-le dije, clavando mi oscura mirada en la suya.
El sonido de los cascos de un caballo me sobresaltó, y más aún el ver que Maris se levantaba rápidamente. Me levanté también, mirando hacia todos lados, siguiendo con mis orejas todos los sonidos que me llamasen la atención. Me coloqué junto a Ginger de forma casi automática, para protegerla. Mi rostro era la viva imagen de la preocupación. A los pocos segundos, vi en la lejanía una silueta de un caballo negro, negro azabache, al igual que yo, pero sus ojos celestes me llamaron muchísimo mi atención. Pronto éste se acercó y Maris se colocó delante. Al ver lo que el semental de ojos celestes le hizo, provocó que me estremeciera do sólo pensar el daño que le había causado. -¡Maris!-grité, asustada, queriendo protegerle pero a la vez queriendo proteger a Ginger. No sabía qué hacer. -¡Déjalo, nos buscas a nosotras, no a él. Déjale en paz. No le hagas nada!-le grité al semental negro azabache. Me levanté sobre mis dos patas traseras y me dispuse a darle un fuerte golpe en su pecho, pero Maris se adelantó. No serviría de nada lo que estaba haciendo por nosotras, pero se lo agradecía. Me acerqué un poco a Maris, mordiéndole las crines suavemente. -No, Maris, no servirá de nada. Será mejor que te vayas, nosotras estaremos bien, no te preocupes. Nos quieren vivas, no podrán hacernos nada. Ahora vete, busca ayuda, pero no te quedes aquí, nunca me perdonaría que te ocurriese algo por intentar salvarnos.-Le dije, tratando de que me escuchase, me entendiese, sin dejar de mirar al semental que acababa de hacerle aquella herida en la pata. La furia y rabia que ardía en mi interior podía verse reflejada en mis ojos. Sacudí la cabeza y bufé, levantándome sobre mis patas traseras y soltando un relincho, clavando la punta de mis cascos delanteros en la cruz del semental. -Y a ti más te vale no hacerle nada a mi familia o tendrás que vértelas conmigo. Soy yegua pero también puedo hacerte daño. Mucho.-le dije, bufando después.
Dark Night:
Noté cierto movimiento en el bosque. Estaba solo, como siempre. Había un grupo de caballos, caballos de cuadra. Mi manada los estaba rodeando. Me acerqué galopando para ver mejor. La mayoría eran yeguas, sólo unos pocos estúpidos sementales de cuadra estaban allí, protegiendo a sus parejas. Reí, viendo la estupidez que estaban haciendo. No podrían luchar contra mi manada, no les serviría de nada. Miré a mi alrededor y pude divisar a un semental blanco con una yegua. Estaban lejos y nadie los había visto. "Tengo que ir a por aquella yegua. No me será difícil librarme del macho." Pensé, comenzando a acercarme a ellos al galope, saltando algunos arbustos que se interponían en mi camino. Al acercarme más a ellos, me coloqué en un lugar en el que no me pudiesen ver. Mi pelaje negro me ayudaba, siendo de noche apenas se me podía ver. Bufé, dejando salir de mis ollares una nube de vapor. Me acerqué a la yegua, despacio, en silencio. Reí y miré al semental de reojo. Sabía que no se quedaría ahí quieto mucho tiempo. -Hola, hermosura,-le dije a la apaloosa, con un tono bromista, riendo después. -Vete con las demás, rápido.-le obligué, con la voz seca, empujándola con mi pecho hacia atrás, alejándola del semental, atento por si éste se adelantaba a hacerme algo. -Y tú, vete de aquí.-añadí, mirando al caballo blanco, viendo cómo su pelaje relucía con la plateada luz de la Luna. -Si no quieres que te ocurra algo, más te vale desaparecer rápido.-le dije, clavando mi oscura mirada en la suya.