Estaba bastante molesta por tener que aprender a vivir en el bosque. El tener que aprender del lugar, me daba a entender que nos quedaríamos allí para siempre, hasta el fin de nuestros días. No podré volver a ver a Maris, ni a Llena; ni siquiera a Colmillo, aquel perrito que tan noble e inocente era y con el que no me agradaba mucho estar. Incluso a él le echaría de menos. No podía aceptarlo. Teníamos que salir de allí. No podría vivir sin volver a ver a aquellos seres que me hacían pensar que merecía la pena vivir.
Inmersa en aquellos pensamientos, vi cómo, por gracia o por desgracia, me libraba de Demonio, debido a la aparición de algunos fantasmas. Los mismos qus aparecieron en la acampada. En el fondo me alegré de saber que no tendría que estar aguantando a aquel caballo tosco y rudo, pero pensar que nuevas amenazas de peligro aparecían me preocuparon demasiado como para, mínimamente, sonreír. No había conocido demasiado lo que eran capaces de hacer aquellos fantasmas, aunque sabía que no harían nada bueno. La causa por la que apenas sabía de los fantasmas era el haber dado a luz a Ginger. Ginger. ¿Dónde estaba? Mi rostro era la viva imagen de la preocupación. Inmóvil aún, sin saber qué hacer, vi cómo el fantasma del cual no sabía su nombre, mataba a los dos líderes de la manada. Y no era algo que me gustase demasiado ver. Por una parte, ahora tendríamos más oportunidades de escapar, pero por otro, sólo pensar lo que nos podrían hacer me daba escalofríos. Sin duda, tenía que encontrar a Ginger. Recordé por dóndo se fue y deseé que no se hubiese alejado demasiado del lugar. Estaba con uno de los sementales de la manada, pero ni ellos podrían protegerse a sí mismos de aquellos seres que ya estaban muertos. Salí al galope lo más rápido que pude, tratando de encontrar alguna pista que me dijese a dónde ir. Se podían ver huellas marcadas en la tierra, aunque fuesen borrosas. Traté de olfatear el aire, buscando reconocer el de mi hija. Era bastante débil aquel olor mezclado con un millón más, pero podía diferenciarlo de los demás. Continué galopando, esquivando raíces y saltando arbustos. Muchos poseían espinas que se me clavaban en las patas con fiereza, cortándome, haciendo que la sangre comenzase a salir de aquellos cortes, algunos bastante profundos. Apreté la mandíbula y solté un gemido, tratando de aguantar el dolor. Por suerte, la capa de Ginger y la del semental no era demasiado oscura, por lo que se podía ver con mayor claridad dónde estaba. En la oscuridad, pude ver algo. Era ella, sin duda. Suspiré aliviada. Galopé aún más rápido, viendo que aún seguía con aquel semental también de capa baya. Por suerte, estaba bien. Llegué hasta ellos al trote, tratando de recuperar el aliento y no pensar en el dolor de mis patas. -Ginger, hija, ¿estás bien?-dije, abrazándola con el cuello. Miré ahora al semental que estaba con ella, no sin algo de odio. -Hola.-le saludé, con una gran inexpresividad en mi rostro. -Han matado a vuestro líder y a su perrito faldero.-le anuncié, haciendo una mueca, mirando nuevamente a Ginger. -Creo que será mejor que volvamos.-le dije, paseando mi mirada entre Ginger y el semental, esperando una respuesta.