Al llegar al club me di una vuelta por los establos, observando a los preciosos caballos que allí se encontraban. Posteriormente seguí hasta los boxes de Sadik y Dajah, llena de posibles ideas y actividades para realizar, entusiasmada hasta le médula...Para darme cuenta de que ninguno se encontraba en los establos. Suspiré, ¿acaso se habrían encargado de sacarlos? Hice un mohín mientras me dirigía hacia uno de los mozos, el cual se había convertido en un amigo debido a que nos veíamos casi diariamente. Me saludó con la misma simpatía de siempre, a lo que yo hice lo mismo, entablando una corta charla para luego ir directamente al grano y preguntar por el paradero de mis caballos. -Oh, creo que James se encargó de sacarlos a dar una vuelta. ¿Quieres que los traiga?- inquirió con un tono mucho más amable del que era necesario. Le dediqué una sonrisa, negando suavemente con la cabeza. Sabiendo que estaban bien, posiblemente entreteniéndose juntos, no había razones para ello. -No, no hay problema. Dile gracias a James de mi parte; y gracias a ti también- intercambiamos alguna que otra palabra antes de que él se alejase, siguiendo despreocupadamente con sus tareas. Me senté en unas pacas de pajas apiladas prolijamente, acomodándome y apoyando mi espalda en la fría pared. Bueno, los planes del día se me habían echado a perder, sin mencionar que no tenía idea de dónde podría estar Edward. Bueno, sí, posiblemente estuviese en su casa, tranquilo. Oh, Edward, vaya que tenía ganas de verlo: pese a que nos habíamos visto hacía escasas horas, concretamente la noche anterior, las ganas de volver a ver su precioso, angelical y níveo rostro me mataban. Necesitaba un abrazo, un beso suyo, cualquier cosa mientras viniese de él. Pese a eso no podía pretender que estuviese las veinticuatro horas del día conmigo, más allá de que nada me gustaría más, ya rozaba el límite del egoísmo. Cerré los ojos y me dejé estar, tratando de planificar alguna otra actividad en mi mente sin éxito alguno.