¿Contarle? ¿De mí? Ay, lindura. -...no sé por dónde empezar- comencé, soltando una leve risilla. Quizás fuera bueno comenzar por lo primero, desde el principio: mi infancia, o lo que lograba recordar de ella. -Lo único que logro recordar de pequeña es que, de potra, llegaron un par de hombres a mi pradera. Éramos salvajes, y ellos al parecer nos temían o nos ignoraban por completo. Por lo menos, en un principio- y fue bueno mientras duró, recordé para mis adentros. -Cuando comenzaron a asentarse y hacer sus casas por ahí, a nosotros tampoco nos importó. Pero en poco tiempo necesitaron alguien que acarreara sus materiales, y, ¿quién más iba a ser? Nosotros ahí estábamos, vulnerables y aunque salvajes, débiles ante sus armas- sacudí la cabeza con melancolía. -Al que se oponía no lo volvíamos a ver. Tuvimos que someternos si aún queríamos el pellejo pegado al hueso. Nos agruparon en establos, si bien grandes y limpios, olvidados y con olor a humedad. Fuimos enfermando de poco a poco y cuando no pudimos cubrir la cuota del trabajo, nos soltaron otra vez. Fue cosa de meses antes de que nos recuperáramos y nos volvieran a capturar hasta que ya no les fuimos de utilidad y nos vendieron al primero hombre dispuesto a comprarnos. Después de éso, vine aquí, creo. Mi memoria no es muy brillante- me reí con una risilla burlona, de humor negro. Mi historia no era para reírse, a fin de cuentas. -Digo, sé que no me haz pedido mi historia, pero es por eso principalmente que soy como soy...así que viene a cuento explicártelo- sonreí a medias, mirando el suelo pasar debajo de mis patas conforme cubríamos tierra al avanzar. -Y también por qué me decanto por lo rebelde casi siempre- bufé, mirándola a ella. -Tu turno- indiqué canturreando.